viernes, 1 de julio de 2016

Conociendo Córdoba. 4. El Trascastillo y al norte de la castiza Axerquía.

Calle de los Moriscos
INTRODUCCIÓN A LA SERIE:

La serie "Conociendo Córdoba" la componen varios artículos que describen el urbanismo, el caserío y los hitos que uno se puede encontrar paseando por las calles y plazas de esta milenaria ciudad. No se trata de una guía turística propiamente dicha, y de hecho, no está dirigida al turista en sí, a quien emplazo, por otro lado, a contactar con agentes y empresas profesionalizadas del sector, que le darán más cumplida información que esta que aquí se encuentra; sino más bien a aquellos autóctonos y residentes que suelen "pasear y pasar" por estas calles sin detenerse a contemplar con más detenimiento y con más curiosidad el entorno que les rodea. He pretendido dar una información muy sucinta, simplemente interesante, para no caer en la pesadez del exceso de datos, para lo cual procuro colocar algún enlace que lo complete, si el lector considera oportuno. Para un mejor desarrollo de los paseos o rutas, he cuarteado el recinto histórico de la ciudad en tantos cuarteles como paseos he considerado para una mejor comprensión, siendo cada uno de ellos una ruta "circular" con inicio y fin en el mismo punto. Por último, me he permitido la osadía de clasificar con una estrella (*) algunos lugares o sitios concretos donde he creído que merece la pena llamar la atención del lector por su importancia histórica o artística, y siempre bajo mi propio criterio, que no deja de ser un criterio más dentro del mundo de los gustos. No trae esta serie de artículos nada nuevo de lo que ya se conoce, pero pretende ser una herramienta útil y práctica para un mejor conocimiento del entorno histórico-artístico que compone el enorme "casco viejo" de esta ciudad mía, y suya. Espero que les guste.

Capítulo 1: Al-Ándalus, Sefarad y Castilla.
Capítulo 2: La zona comercial medieval.
Capítulo 3: Colonia Patricia; del anfiteatro al circo.
Capítulo 5: Santiago, el barrio mozárabe y al-Mugira
Capítulo 6: Fuera del Casco Histórico y algo del término municipal

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO 4:

Se conoce como Axerquía a toda la zona amurallada oriental del casco histórico de la ciudad de Córdoba (entonces Qurtuba), que fue cercada en época almorávide, a finales del siglo XI, para proteger a la población que habitaba este arrabal, y que fue refugio de las miles de personas que tuvieron que agazaparse en él para protegerse del hostil ambiente que la fitna, o guerra civil, provocó la caída del califato cordobés. En ella, el caserío y la trama urbana combina el trazado de callejuelas retorcidas y barreras sin salida, propias de la época andalusí con las rectilíneas, y con las manzanas de casas de los momentos posteriores a la conquista castellana. Pero sobre todo, en esta parte norte de la que cabe ahora hablar, hay dos cosas que habría que resaltar; por un lado su carácter semi-industrial, con expansión extramuros, al norte, y con especial incidencia en el aceite, la alfarería y la fundición de metal; y en segundo lugar, y lógicamente ligado al primero por su correlación, el ser habitación de la clase trabajadora y popular que le ha dado carácter propio tanto en el aspecto de sus calles, plazas y caserío, como en la histórica forma de ser de sus gentes. Muy pocos cordobeses no conocen calles tan castizas como Moriscos, Costanillas, Montero, Huerto Hundido o Pozanco. Pero antes de introducirnos en su idiosincrasia popular, el capítulo propone una llegada desde el Pretorio, penetrando en la parte antiguamente conocida como Trascastillo, y bajando por la noble zona de Capuchinos, La Fuenseca, el Palacio de Viana y San Andrés, donde se hace palpable la influencia aristocrática y clerical, muy propia de los momentos posteriores a la conquista castellana. Una combinación de sensaciones que confluyen en cada esquina de esta ciudad plagada de contrastes.

4.- EL TRASCASTILLO Y AL NORTE DE LA CASTIZA AXERQUÍA.

Situada discretamente en la esquina sureste de los jardines creados en los espacios liberados tras el soterramiento de las vías férreas, y trasladada allí entonces piedra a piedra, a finales del siglo XX, la Ermita del Pretorio fue construida en estilo neogótico en 1872 por el arquitecto Rafael Luque y Lubián en otro lugar donde hoy se ven las marcas de sus cimientos, más hacia el sureste, junto al monumento que se hizo para recordar el asesinato de dos policías locales en el lugar, en acto de servicio.

Ermita del Pretorio (1872)
Dirección sur, pronto nos encontramos con un gran edificio que es una de las mejores representaciones de la arquitectura barroca de esta ciudad. El Convento de la Merced (*), hoy (2016) sede de la Diputación Provincial, tiene su origen en la fundación que se realiza en el siglo XIII, y bajo su subsuelo se encuentran los restos de una basílica paleocristiana que tradicionalmente se le relaciona con la de Santa Eulalia. Sin embargo, lo que hoy se conserva del convento es obra barroca, de una calidad excepcional, atribuida en gran parte al arquitecto lucentino Francisco Hurtado Izquierdo.

Fachada del Convento de la Merced (siglo XVIII)
Del conjunto caben destacar la fachada, con placas en forma de trampantojo en algunas zonas, la portada de la iglesia y su reconstruido interior, con el flamante retablo (incendiado en 1978), las galerías y su magnífica escalera, así como sus claustros, especialmente el principal, con arcos de medio punto sobre columnas pareadas que soportan el piso superior decorado con pilastras y estípites.

Portada de la iglesia

Claustro del convento
Justo enfrente, en el centro de la Plaza de Colón, se encuentran los Jardines de la Merced, proyectados en 1905 en el solar que durante algunos años fue usado para corridas de toros, y que hoy se han convertido en un vergel rodeado de asfalto y protegido por una verja de forja. En la misma entrada a la puerta occidental está el Monumento a la Mujer Cordobesa, de José Manuel Belmonte (2003), una obra que más bien representa tiempos pasados, y que se desarrolla a modo de fuente.

Monumento a la Belleza de la Mujer Cordobesa (2003)
Dentro de los jardines, además de la variedad floral, destacan la fuente modernista de 1920, el Grupo Escolar Colón, obra de 1929 del arquitecto Rafael de la Hoz Saldaña, pero diseñado en 1919 por Francisco Azorín Izquierdo, el Colegio Ferroviario, de Francisco Alonso y Martos de 1932, y el Morabito, mezquita y pabellón de reuniones, realizado en 1948 por Víctor Escribano Ucelay.

Colegio Ferroviario (1932)
Grupo Escolar Colón (1929)

Fuente Central (1920)

Morabito (1948)
Al otro lado de la calle, hacia el sur, una apertura en forma de plazuela nos indica el lugar por donde se penetraba a la ciudad amurallada desde los tiempos de la República de Roma, accediendo a su cardo máximo a través de la hasta hoy conocida como Puerta de Osario. En funcionamiento hasta su demolición en 1905, hoy solo quedan unos restos de la muralla que se adosaba a ella, escondidos entre las modernas construcciones. Su nombre se debe a la cantidad de restos óseos encontrados en su exterior, probablemente por los cementerios que desde entonces solían encontrarse a las puertas de las ciudades. También se llamó Puerta de los Judíos, al estar en su extrarradio el barrio judío, y del que hoy no se adivinan restos conocidos.

Puerta Osario actual. A la derecha restos de la muralla.

Antigua foto de la Puerta de Osario (fotografía tomada de http://osarioo.blogspot.com.es/)
Como se ha dicho, comienza aquí el antiguo cardo maximus de la Corduba romana, que llevaba desde el suburbium hasta el mismísimo foro. Hoy es la actual Calle Osario, y hacia su mitad, donde se abre una pequeña placita dedicada al médico del siglo XVII Enrique Vaca de Alfaro, se encontraron restos de un arco romano, probablemente de triunfo. En esta plaza se puede ver el busto del torero Rafael Molina Sánchez, Lagartijo, obra de Mateo Inurria. En un lateral, la puerta de entrada al Colegio de la Divina Pastora.

Busto de Lagartijo y entrada al Colegio de la Divina Pastora.
Aunque muy pocos actualmente lo llaman así, quizás por desconocimiento, lo cierto es que a esta zona se le nombró durante mucho tiempo el Barrio del Trascastillo, que según Teodomiro Ramírez de Arellano, en sus Paseos por Córdoba (1873), nos dice que el motivo de este nombre viene por estar ubicado detrás de la antes comentada Puerta de Osario, que tiene aspecto de castillo, y de otro que supuestamente había detrás de las casas de los Tejares. Según este autor del siglo XIX "De muy antiguo tiene fama este barrio de vivir en él muchas mujeres de mala conducta, ocasionadas a toda clase de escándalos, los que aún se promueven con frecuencia."

Giraremos más adelante a nuestra izquierda por la Calle Domingo Muñoz, dedicada a uno de los adalides que conquistaron Córdoba para los castellanos en 1236. En el cruce con la de Conde de Torres Cabrera, al salir a la derecha, se encuentran enfrentadas dos casas que pueden merecer nuestra atención. Una de ellas es la casa donde nació el torero Manuel Rodríguez Sánchez, Manolete, de la que solo queda una placa conmemorativa, y justo enfrente, la hoy (2016) Taberna de los Berengueles, ubicada en un antiguo palacio con artesonados de madera y antiguos azulejos en las paredes.

Tomaremos, sin embargo, la izquierda, hacia el norte para buscar un bonito palacio decimonónico de influencia italiana. El Palacio del Conde de Torres Cabrera fue construido en 1847 y, a pesar de la importación estética europea, mantiene elementos decorativos mudéjares y, por supuesto, el patio. Fue residencia del rey Alfonso XII durante su visita a Córdoba en 1877.

Casa-Palacio de los Condes de Torres Cabrera (1847)
Algo más adelante, formando esquina, aún se puede ver la portada de la ermita del Hospital de los Desamparados, conocida también como Los Dolores Chicos, para distinguirla de la de Los Dolores, que luego veremos. Es de decoración austera, de finales del siglo XVII.

Ermita de los Dolores Chicos (Hospital de los Desamparados)
Casi al final de la Calle de Torres Cabrera se encuentra la bonita Plaza de las Doblas, en la que precediendo al recoleto jardín se levantan dos columnas procedentes del Templo Romano de la Calle Claudio Marcelo, que antes estaban al fondo, y no se veían, y ahora se muestran en primer plano, pudiéndose disfrutar mejor.

Columnas romanas en el Jardín de las Doblas.
En el otro lado de la misma plaza destaca haciendo esquina el frontón triangular, de planta curva del neoclásico Palacio de Valdefloro, construido en 1890. Tiene zaguán elíptico para carruajes y distribuidor interior circular.

Palacio de Valdefloro (1890)
Hacia el este, penetramos ahora en uno de esos lugares que aún quedan en esta ciudad donde el tiempo parece haberse detenido, y donde se conjugan estética, perspectiva, mística y arquitectura. En la Plaza de Capuchinos (*) los edificios, los hitos y el pavimento parecen haberse aliado para conformar un paisaje urbano sin igual, digno de ser estudiado por los aspirantes a arquitecto e historiadores del arte (La Proporción Cordobesa) El Cristo de los Desagravios y Misericordia, conocido como Cristo de los Faroles, obrada por Juan Navarro León en 1794, ocupa un lugar estratégico dando perspectiva a la imagen, tomando protagonismo al tener como telón de fondo la fachada casi ciega del testero norte de la plaza. Los otros dos edificios completan la escena de una manera magistral, cerrando los laterales y frontales, y creando un ambiente intimista y ascético. Ninguno de los millones de fotografías que se han hecho en este lugar terminan jamás de captar la sensación de recogimiento que se nota al estar en esta plaza, especialmente a primeras horas de la mañana y a última hora de la tarde-noche, cuando los bullicios que la rodean por las calles colindantes van desapareciendo.

Plaza de Capuchinos, vista hacia el este.
Plaza de Capuchinos, vista hacia el oeste.
En el lado más oriental, la fachada de la Iglesia del Convento de los Capuchinos brilla por su sobriedad y su remate en hastial. Junto a ella, y ocupando el testero norte de la plaza, los restos del propio convento, del que solo queda un claustro cuadriforme y la huerta. El conjunto fue construido en 1633, y en su interior la decoración es barroca.

Convento de los Capuchinos (1633)
El lado sur lo ocupa todo el Hospital de San Jacinto e Iglesia de los Dolores, construido en 1730. Del exterior destacan las dos portadas en una fachada con la misma sobriedad del resto de edificios de la plaza. Y del interior, el claustro que puede pertenecer al anterior edificio, la Casa del Marqués de Almunia, que tiene arcos de medio punto y columnas renacentistas en el primer cuerpo, y arcos carpaneles en el segundo; y la iglesia, con cúpula semiesférica sobre pechinas en el crucero, y el camarín donde se encuentra la destacable imagen barroca de la Virgen de los Dolores, hecha por Juan Prieto en 1719.

Portadas de ingreso a la Iglesia de los Dolores, a la derecha.
Siguiendo la dirección hacia el este, a través de una calle que más parece por su intimismo el pasillo de una casa, asomamos a una apertura que corresponde al altozano de la conocida como Cuesta del Bailío (*). Su nombre se debe a que en la casa de más arriba de la cuesta vivió durante la primera mitad del siglo XVI un bailío, o representante del rey. Hoy, en este lugar la magnífica Casa del Bailío (*), una parte perteneciente a la Biblioteca Viva de al-Ándalus, y otra al Hotel Palacio del Bailío, luce su fachada principal, atribuible a Hernán Ruíz II, y es considerada un magnífico ejemplo del primer renacimiento de la ciudad, con un tímpano recubierto con candelieri. Del interior de la casa, las pinturas al fresco de las galerías, la decoración neocalifal, el jardín y la villa romana de su sótano. Como colofón la estampa se corona en su exterior con la atractiva espadaña de la antes comentada Iglesia de los Dolores.

Cuesta del Bailío.
La fuente de mármol negro marca el inicio de la propia cuesta, realizada en escalones de "paso y medio" decorados con el llamado chino cordobés. Al bajar por ella estamos atravesando la antigua muralla romana que se abrió aquí para comunicar la Medina o Villa, la ciudad alta, con la Axerquía, o ciudad baja. El arco que existió en la parte más baja de la cuesta fue derribado en 1711, y se llamaba Portillo de Corbacho.

Saliendo de la Cuesta del Bailío, a la derecha comienza el arranque de la calle Alfaros, donde la muralla antes comentada se esconde detrás de las construcciones que dan a ella por el lado occidental y la recorre por toda ella. Aquí se ensancha en una plaza que da entrada a la calle que Córdoba dedica al jurado y escritor Juan Rufo, y que nos introduce ya en el viario perteneciente a la Axerquía. A los pocos metros una cuadrada plaza a nuestra derecha permite una mejor visión de la fuente de la Fuenseca, apoyada en el testero oriental y construida en 1808, en el mismo lado en el que está la puerta de uno de los cines de verano que aún quedan, y que lleva el mismo nombre que la fuente y la plaza. Es curioso porque la fuente de la Fuenseca, aunque en anteriores ubicaciones era escasa, fue desde el año de su construcción en esta plaza una de las fuentes más caudalosas de Córdoba, a pesar de su nombre. Otra de las contradicciones de esta ciudad.

Fuente de la Fuenseca en obras (12/03/16)
Continuando por la de Juan Rufo quedaremos a partir de aquí pendientes de la posibilidad, durante todo el trayecto, de que alguna puerta se encuentre medio abierta mostrando alguno de los muchos patios que existen en las casas de esta ciudad, en todo su casco histórico, aunque no sea el momento del Concurso de Patios, Rejas y Balcones que Córdoba celebra cada año por mayo. Pero siempre siendo respetuoso a la intimidad de sus moradores.

El caserío de toda esta zona suele ser de casas antiguas restauradas, o de nueva construcción manteniendo la tipología, con patios y azoteas practicables, pocas aperturas al exterior, enrejadas las ventanas o con balconcillos de poca anchura y habitualmente decorados con macetas de flores. Históricamente han sido habitadas por las clases más populares, en muchos casos como casas de vecinos, pero en los últimos tiempos, sin dejar de pertenecer en el fondo a ese estrato social del todo, han pasado a formar parte de ellas una clase media más acomodada, más ilustrada y culturizada, y crecen las viviendas unifamiliares.

Un hermoso ejemplo puede ser la calle Imágenes, por donde ahora nos introducimos, en la que los vecinos se unen por mayo para hacer de su calle una exposición de sus ideas, creando en ella una obra común con la aportación de todos.

Exposición "Transparencia" año 2013, Calle Imágenes.
Por la derecha, la calle Jurado Aguilar nos va a llevar hasta la Plaza de Don Gome, lugar aristocrático donde nos encontraremos con la portada renacentista que el arquitecto Juan de Ochoa construye en la segunda mitad del siglo XVI para el Palacio de Viana (*) De este palacio, cuyos orígenes se remontan al siglo XIV, y con una extensión de casi 7.000 m2, caben destacar sus doce patios y jardín de distintos estilos y procedencia, puesto que la vivienda se fue formando con la adquisición de casas colindantes a lo largo de los años, y no como una construcción ex novo. Del interior, las caballerizas, la escalera con artesonado y barandilla renacentista, las dependencias con un rico mobiliario, pinturas y tapices, y las colecciones de guarniciones de caballería, de vajillas y de cordobanes y guadamecíes, así como la biblioteca.


Portada principal del Palacio de Viana (Juan de Ochoa, siglo XVI)

Uno de los patios del Palacio de Viana (al fondo la espadaña de San Agustín)
Hacia el sur seguiremos por la calle dedicada al poeta de finales del siglo XIX Enrique Redel, y casi a su final, en la acera izquierda, en el número 4, la casa neomudéjar obra de Adolfo Castiñeyra atrae entre las demás. Hoy, 2016, es la Panadería San Francisco, por lo que la belleza arquitectónica se le deberá sumar el agradable aroma a pan recién hecho al llegar a su altura.

Casa regionalista, Horno de San Francisco (Calle Enrique Redel, 4)
Siguiendo la calle hacia el sur llegaremos pronto ante la portada principal de la Iglesia de San Andrés (*), un templo cuyo origen se remonta a la conquista castellana de la ciudad en 1236, levantado sobre la basílica mozárabe de San Zoylo, y muy reformado en el siglo XVIII, tanto que cambiaron incluso su orientación, pasando uno de sus laterales a ser la fachada principal, que en este momento observamos y de la que resaltan sus dos grandes volutas, la portada barroca y el frontón triangular con que se corona.

Fachada principal de la Iglesia de San Andrés.
La que fuera portada principal del templo antiguo se puede ver en su lado oriental, aunque no es del siglo XIII, sino del año 1489, y su decoración es gótica con arco abocinado, columnillas y esculturas. La torre, en el lado occidental es obra de Hernán Ruiz II, y tiene el segundo cuerpo girado, recurso habitual de este autor. Del interior, los restos del ábside central de la iglesia primitiva en la capilla del Sagrario, el retablo mayor de Pedro Duque Cornejo (1753) aunque tallado por Teodosio Sánchez Cañada, y varias pinturas de interés de Antonio del Castillo, Antonio Acisclo Palomino y Juan de Peñalosa.

Portada gótica, antigua principal, (1489) de la Iglesia de San Andrés.
En la Plaza de San Andrés un pequeño jardín abraza a una fuente barroca realizada en 1664 para la Plaza del Salvador, delante de la Iglesia de San Pablo, y trasladada aquí en 1813. En ese año le pusieron el escudo de la Francia napoleónica, que luego fue destruido tras la Guerra de la Independencia.



Haciendo esquina en la misma plaza, en el testero sur, la Casa de los Luna (*) (1544) es atribuida a Hernán Ruiz el Viejo, y su decoración es renacentista, destacando los ajimeces de la esquina y la portada decorada con guirnaldas y ventana con antepecho o petril.

Ajimeces de la esquina de la Casa de los Luna (1544)
Andando en dirección a levante, lo estamos haciendo por la que en época antigua romana era la Via Augusta, que nos unía con la capital, Roma. La calle se ensancha, tomando aquí el nombre del Realejo, llamada así por ser este el lugar donde el rey Fernando III de Castilla instaló su campamento durante la conquista de la ciudad en 1236, una vez tomado el arrabal de la Axerquía, donde nos encontramos. En la acera de la derecha, en el número 6, se alza una sencilla fachada barroca adintelada con frontón partido, balcón y remate en escudo,convertida en entrada a un pasaje. Fue donde estuvo una de las casas del mayorazgo de los Hoces, y es lo único que queda de ella.

Portada de una de las casas de los Hoces.
A la izquierda, la Casa de los Guzmanes fue muy reformada en el siglo XVIII. El palacio, ampliado en el siglo XIX al haber comprado el Marqués de Santa Marta, dueño de la casa entonces, el antiguo edificio del Hospital de los Locos, hace esquina y tiene tres patios, uno de ellos mudéjar y un enorme jardín interior. Su escalera destaca por su influencia francesa y la fachada sigue patrones manieristas.

Fachada de la Casa de los Guzmanes, en el Realejo.
Abandonamos el Realejo por la izquierda, hacia el norte, por la calle dedicada al científico Isaac Peral, y a los pocos metros, en el número 5, una antigua portada renacentista con la fecha de 1547 grabada en el dintel, y sobre él una ventana enmarcada, nos indica dónde estuvo el palacio de la familia de los Argote, linaje de donde procedía el insigne poeta Luis de Góngora. Solo queda la portada.

Portada de la Casa de los Argote (1547)
En el cruce del Buen Suceso, giramos a la izquierda por la del Arroyo de San Andrés, denominada así por ser por aquí por donde pasaba el arroyo, posteriormente canalizado, de su nombre. Dejamos a nuestra derecha las calles de Hinojo y Parras, donde hay muy hermosos patios, para coger la siguiente, la de Muñoz Capilla, y allí, a su final, la llamada Casa Azul, que fuera Casa-museo del artista Salvador Morera, y casi frente a ella el Monumento a la Paz, obra suya.

Monumento a la Paz, de Salvador Morera.
Enfrente, hacia el norte, las rejas de uno de los patios del antes comentado Palacio de Viana, con ventanas con cornisas de potentes modillones, dan nombre a la calle por la que ahora nos introducimos. Se trata de una reforma de 1624, de estilo manierista, que se concibe a modo de escenario de demostración al exterior, en combinación con el patio que guarda.

Patio de las Rejas, del Palacio de Viana .
Continuando por esta calle, dirección levante, entraremos unos metros por la calle Zarco hasta encontrarnos con la fachada del cine de verano Olimpia, inaugurado en 1947, que es uno de los que aún quedan en la ciudad, y donde se respira el aroma y el frescor de las noches del verano andaluz. Es toda una delicia disfrutar de este lugar.

Cine Olimpia. Sobre él, la torre de Santa Marina.
De regreso a la Calle Rejas de Don Gome, y retomando la dirección hacia levante, pronto a nuestra derecha se abrirá una placita cuadrada, en cuyo lado oriental aún pervive la Taberna de las Beatillas, una de las tantas que hacen válido aquel dicho: "Córdoba, ciudad bravía, que entre viejas y modernas, tiene más de trescientas tabernas y una sola librería".

Solo un salto más allá por el camino que estamos llevando, la Plaza de San Agustín es lugar de encuentro de los vecinos, y donde se celebran desde antaño las verbenas de disfraces por el Carnaval. La plaza, hoy recién inaugurada su necesitada remodelación, fue palmeral interior de hermoso porte (hoy ya no), y aún mantiene la estatua que Córdoba le levantó al compositor Ramón Medina, autor de muchas canciones populares locales.

Plaza de San Agustín.
Pero lo más destacado de la plaza es, sin duda, la Iglesia de San Agustín (*), una de las mejores muestras del manierismo andaluz. Aunque la construcción original data de 1328, casi todo lo que actualmente se ve es de los primeros años del siglo XVII. Destacan la portada, con vestigios del siglo XV, la bóveda ovoide, de la época medieval pero decorada, la bóveda central, de cañón, y las laterales, con magnífica pinturas al fresco, obras del pintor Juan Luis Zambrano. Toda la ornamentación está compuesta por yeserías, lunetos y crestería barroca formando un espectacular conjunto artístico. Como colofón, y desde 2014, se encuentra de nuevo en esta iglesia la que es considerada como obra cumbre de la imaginería andaluza, creación del escultor cordobés Juan de Mesa y Velasco; la Virgen de las Angustias (*), una auténtica maravilla escultórica, última obra del artista, de 1627, después de varias decenas de años en la Iglesia de San Pablo.

Iglesia de San Agustín
La espadaña de esta iglesia, que se puede ver desde muchos puntos de la ciudad, nos marca el lugar de este castizo barrio, padre de los mejores carnavales que se recuerdan, en los tiempos en los que la represión política, allá por los años 40, 50, 60 y 70 del siglo XX, hacía aún más deseada la fiesta. Si la Chicharito y la Paquera volvieran a nacer, probablemente lo harían muy cerca de este lugar, donde más libres se sintieron.

Giramos ahora a la derecha, hacia el sur, por la Calle de Jesús Nazareno hasta la Plaza del Padre Cristóbal de Santa Catalina, personaje católico del XVII con estatua propia in situ obra de Antonio Gallardo en 1989, y que fue el fundador del Hospital de Jesús Nazareno, cuya portada de piedra da a un lado de la plaza. Del edificio, muy reformado, aunque con origen en el siglo XVI, del que queda poco, habría que dar importancia sobre todo a su patrimonio pictórico, con obras de Antonio del Castillo (Coronación de la Virgen, 1651), Cristóbal Vela, Antonio Palomino, Antonio Torrado o Van Dick, y la imaginería, en especial las imágenes anónimas de Jesús Nazareno (*), del siglo XVI, y María Santísima Nazarena (*), del XVIII, de estética italiana.

Plaza del Padre Cristóbal, con su estatua, y portada neoclásica de Jesús Nazareno.
Damos la vuelta a deshacer nuestros pasos para meternos ahora por la primera calleja a nuestra derecha, dedicada al sacerdote católico Mariano Amaya Castellano, muerto en 1921, y salimos al rincón del Pozanco, lugar de Cruz de Mayo y Patio, presidido por un pozo, dando al conjunto un peculiar aspecto.

El Pozanco
La calle se va, poco a poco, transformando en plazuela, en cuyo lado oriental, en el número 13, se ve una antigua fachada que fuera la de las Escuelas Pías, y algo más adelante, en un quiebro extraño, se sale de nuevo a San Agustín, pero a la parte que es calle, y no ya plaza. Un toma y daca constante de callejas y plazuelas.

Escuelas Pías del Pozanco.
Hacia el norte, dejando por ahora a la derecha la Calle Montero, la del Obispo López Criado se llamó antiguamente del Dormitorio, porque era a este lado adonde daban los dormitorios de los monjes de San Agustín, aunque ya del convento solo queda la iglesia, antes descrita. Siempre ha sido una calle muy bulliciosa y comercial, y una de las principales de este popular barrio. Al llegar al final de ella, el cruce con las calles de los Moriscos, de Cárcamo y de Costanillas, tiene su sello muy particular con una coqueta fuente en la pared frente a nuestros pasos. Se trata de la Fuente de la Piedra Escrita, que data de 1721, y que se concibe a modo de retablo barroco, con estípites apoyados en figuras de león que salen de la taza, forman arco mixtilíneo y sujetan frontón con uno de los escudos de la ciudad y la placa con la inscripción por la que se le denomina así.

Fuente de la Piedra Escrita, al final de la Calle Obispo López Criado.
Hacia el este, la Calle de las Costanillas da nombre también a todo el conjunto urbano que la rodea, como una especie de barrio dentro de otro barrio. "Es por las Costanillas..." se suele decir cuando se quiere ubicar un punto concreto de la zona. La calle es una de las más reconocidas, aunque durante muchos siglos haya sido lugar donde habitara la pobreza, y sus casas fueran las menos favorecidas. Afortunadamente, hoy las casas, sin dejar perder ese aspecto popular y castizo, guardan frescos y vistosos patios, las construcciones son de mejor calidad y en las calles no se ven "...las gallinas, las bestias, y aún algunas veces los cerdos..." como nos cuenta Teodomiro Ramírez de Arellano en sus Paseos por Córdoba (1873).

Calle de las Costanillas.
Antes de girar a la derecha por la Calle Hornillo, vamos a avanzar un poco hasta la Calle de Juan Tocino, para ver, hacia su mitad la conocida como Torre de los Perdigones, que es lo que queda de una fundición de plomo que hacía precisamente esa munición. El proceso consistía en dejar caer el metal líquido por un tamiz, creando una lluvia de bolitas de plomo que se solidificaban al llegar abajo. Las ventanas laterales hacían la función de refresco del metal que caía.

Torre de los Perdigones (siglo XIX)
Regresamos para continuar callejeando por este barrio de tanto sabor, penetrando primero por la Calle del Hornillo y tomando después la primera a la derecha, la de Simancas, que nos lleva hasta la Plaza del Huerto Hundido, lugar de encuentro de celebraciones, en especial la Cruz de Mayo, y llamado así por uno que hubo, cuyas tapias se derrumbaron allá por el siglo XVIII. Abandonamos la plazuela por el sur, girando a la izquierda ya dentro de la Calle Humosa, y luego a la derecha por la de Montañas, nombrada así porque hasta ella llegaba el Hospital de San Martín, del que hoy queda solo una discreta ermita dedicada a la Virgen de las Montañas y que se encuentra, en no muy buen estado, unos metros más arriba dando fachada a la Calle Montero, que es donde desembocamos. Desde aquí, la vista de la espadaña de la Iglesia de San Agustín, antes comentada, es hermosa.

Calle Montero. Espadaña de San Agustín al fondo y a la derecha la Ermita de la Virgen de las Montañas.
Al llegar a la Calle Montero no queda más remedio que volver a acordarnos del Carnaval de Córdoba, ya que esta calle es su "espina dorsal", la pasarela en la que lucen sus disfraces los amantes de esta fiesta. En dirección este, tomaremos ahora la primera a la izquierda, la Calle Rivas y Palma. Por toda la zona, por todo el barrio, o mejor, por todo el Casco Histórico de Córdoba, podemos encontrar algún patio encerrado tras una cancela, así que habremos de tener ojo avizor en todo momento. Al final de la calle giramos a la derecha para entrar de nuevo, ahora por el segundo tramo de la Calle de las Costanillas, término que al parecer significa "cuestezuelas", pero que no da la impresión de que estas existan. Pocas casas antiguas quedan ya en esta parte, pero las nuevas mantienen más o menos una uniformidad estética.

Al final de la calle, antes de girar a la izquierda por unas casas nuevas ajardinadas, vamos a rebordear por la derecha, al fondo, para entrar unos metros en la siguiente e intentar acceder a uno de los patios más emblemáticos de la ciudad, situado en el número 11 de la Calle San Juan de Palomares (*). Hoy en día ya no es un patio privado, y pertenece a la Asociación de Cuidadores de Patios, Rejas y Balcones "Claveles y Gitanillas", que lo mantienen tal como siempre fue.

Patio de San Juan de Palomares, 11
Volvamos de nuevo a las Costanillas para, a través de alguno de los pasajes de las casas adosadas de la acera norte, dedicados a famosos piconeros del barrio, llegar hasta el Jardín de los Poetas (1992) con un diseño neomudéjar, cuyo lado oriental lo cierra el interior del extenso lienzo de las murallas almorávides, que vamos a observar primero saliendo por una puertezuela abierta con la intención de unir peatonalmente la zona con la Ronda del Marrubial.

Muralla almorávide desde el interior (siglo XI)
Una vez fuera, la Ronda del Marrubial fue llamada así por haber sido extenso campo de marrubios, y a la zona se le conoce como la Fuensantilla porque en el lugar hubo una fuente romana que se abastecía del Acueducto Aqua Nova Domitiana Augusta, y a ella cuenta la leyenda que iban a por agua los patronos mártires católicos Acisclo y Victoria, por lo que la nombraron "santa". Luego del descubrimiento de la Virgen de la Fuensanta, que veremos en otro capítulo, pasó a llamársele de la Fuensantilla. De todo ello nada queda, al menos a la vista. A la zona que ocupó el Cuartel de Alfonso XII, de Lepanto o de la Reina, en la parte más al sur, hoy Biblioteca Municipal y otros edificios públicos, se le llamó el Quemadero del Marrubial, pues fue usado por la Inquisición para sus "actividades".

En todo el lado occidental de la calle se levantan las conocidas como Murallas del Marrubial (*), construidas en el siglo XI. Son casi 400 metros de longitud que quedan en este lado de la muralla andalusí de la que cercaba todo el arrabal de la Axerquía. Está fabricada en tapial, presenta torreones adosados y pudo estar coronada por almenas, además de tener foso y barbacana, que hoy no conserva, al menos a la vista. Quizás una adecuada intervención arqueológica pudiera recuperarla.

Parte del la muralla almorávide del Marrubial (necesitada de restauración, hoy 2016)
Volviendo al Jardín de los Poetas, es hora, quizás, de detener los pasos y deleitarse con el sonido del agua y el aroma y frescor de las plantas. Diseñados, como se ha dicho antes, en estilo neomudéjar, se componen por una parte baja con estanque central, y otra alta con asiento corrido y baranda de hierro. En un lado, la pintura mural de José Duarte Montilla, que perteneció al grupo de artistas de la ciudad conocido como el Equipo 57.

Jardín de los Poetas.
Por la parte alta del jardín salimos a un espacio donde se juntan en el cruce llamado de la Fuensantilla las grandes avenidas de las rondas que un tiempo fueron las que circunvalaban la ciudad, entonces amurallada, y hoy han quedado como arterias de flujo de tráfico rápido. Nosotros, sin embargo, huimos de ellas y nos adentramos a nuestra izquierda, por la Calle de Fernando de Lara, que corresponde con la trasera del antiguo Hospital de la Misericordia, o de los Locos, que se adosaba desde el exterior con la muralla almorávide, que comienza aquí su desarrollo por la parte norte hacia poniente, en un incansable zigzag para amoldarse al terreno. Hoy, en el solar de dicho hospital se alzan unos edificios con jardín que allí se encuentran, y los restos de muralla los podemos ver en la calle que vamos recorriendo.

Muralla de la Calle Fernando de Lara.
Dirección a poniente, se llega al encuentro entre la calle que recorremos, la de Cárcamo, la de Muro de la Misericordia y el Jardín de Cristo, lugar donde estaba una de las puertas que tuvo la ciudad, llamada Excusada, Quemada, de Alquerque o de la Misericordia, cuya situación y forma exactas aún no se conocen a ciencia cierta hoy en día, en espera de algún estudio arqueológico que en el futuro nos lo pueda aclarar.

Lugar donde pudo estar la Puerta Excusada, y muralla almorávide de la Calle Muro de la Misericordia.
En la Calle Muro de la Misericordia, siguiendo hacia poniente, se ven aparejos de la antigua muralla almorávide en la acera de la derecha, siguiendo los mismos patrones constructivos de toda la fortaleza del barrio. Continúa la muralla por ese lado, amoldándose al terreno, de la que hoy en día solo quedarán sus cimientos tras las casas, muy pocas de las cuales aún guardan la tipología de casa humilde de barrio industrial.

Casas de la Calle Muro de la Misercordia (a la derecha una de las pocas antiguas que quedan).
Seguimos por la calle Muro de la Misericordia en dirección oeste, en el borde más al norte del barrio de la Axerquía, hasta su final, donde giraremos a la derecha por la estrecha Calle Valencia, hasta arribar a un recoleto jardín de moderna apertura, en el que volvemos a encontrarnos con la inquieta línea de muralla norte, medio escondida tras las construcciones de nueva factura.

Muralla norte de la Axerquía.
Por el pasaje que se abre al norte de la calle dedicada al escritor y pensador Vicente Blasco Ibáñez, saldremos del antiguo recinto amurallado a la Avenida de las Ollerías, llamada así por ser el lugar donde se encontraban, desde época medieval, las más importantes industrias de elaboración de ollas de barro y demás enseres, entre otros centros productivos. Desde aquí, al otro lado de la calle se observa el principio de los románticos jardines de la Cuesta de San Cayetano, hacia donde procuraremos cruzar.

Cuesta de San Cayetano
Subiendo por la Cuesta de San Cayetano, habremos de acordarnos de que aquello fue cementerio provisional en el siglo XIX, mientras se terminaban de construir los de la Salud y San Rafael, y que incluso antes ya lo fue en época romana. En la parte alta de la cuesta, y aprovechándose de su privilegiada situación, la Iglesia de San Cayetano (*), que es lo que queda del antiguo convento carmelitano de San José (1613), presenta una atractiva fachada de composición serliana, remate en hastial y espadaña barroca. En su interior, unas espectaculares pinturas murales, datadas en 1725, cubren completamente la bóveda de cañón con lunetos, el crucero con cúpula sobre pechinas, y las capillas laterales, dando lugar a un efecto decorativo cargado de motivos vegetales, conchas, cartelas, figurillas,... muy del gusto de la época en que se construyó. A destacar también son algunas pinturas y esculturas de finales del siglo XVII, el retablo, de la misma época, y la obra anónima, del taller del afamado escultor Pedro de Mena, de la imagen de Jesús Caído (1670).

Iglesia de San Cayetano
De vuelta por el mismo camino, penetraremos de nuevo en el viario del arrabal de la Axerquía por una cuesta abajo donde encontraremos los restos de la antigua puerta medieval llamada del Colodro, en honor al almogávar Alvar Colodro, quien el 24 de enero de 1236 fue el primero en asaltar la muralla de la ciudad por esta puerta, comenzando así la conquista castellana de la ciudad a los andalusíes, que acabaría el 29 de junio.

Restos de la Puerta del Colodro (torre adosada y vano de entrada)
Casi dejándonos caer por las fuerzas de la gravedad y de la inercia, al igual que hacían las aguas que aquí se remansaban dando lugar al motivo principal de su nombre, desembocaremos en una interesante plaza, casi regular, presidida por el busto de Manolete (Juan de Ávalos, 1948), pues en ella vivió el tan recordado diestro cordobés, y un interesante jardín, rodeado de pavimento de bolo del Guadalquivir y con seis altivas palmeras colocadas a modo de custodia. Se trata de la Plaza de la Lagunilla, lugar de solera en este hermoso barrio de Santa Marina, que en su rincón suroccidental tiene la puerta de entrada a prácticamente la única casa de paso que queda en Córdoba, de las tantas que había, que unían dos calles, y que combinaban lo privado con lo público, sirviendo de paso de una a otra, pues la casa se situaba justo entre las dos calles.

Plaza de la Lagunilla.
Monumento a Manolete. Plaza de la Lagunilla.
Al salir de la plaza, en la esquina con la Calle Mayor de Santa Marina, una pequeña portada barroca supone el ingreso a la Ermita de Acisclo y Victoria, patronos católicos de la ciudad, siendo, supuestamente, la que fuera casa de los denominados mártires, aunque todo el conjunto es obra reconstruida en el siglo XVIII sobre la ermita original del siglo XVI. El altar mayor aloja las pinturas de los titulares que Cristóbal Vela hiciera en 1645 para el altar mayor de la catedral, pero que trajeron aquí en 1713.


Ermita de Acisclo y Victoria (Siglo XVIII)
Si por casualidad nos encontramos en primavera, el paseo hacia el sur por la Calle Mayor de Santa Marina, al igual que otras muchas calles de la ciudad, estará empalagado por el sabor, tanto o más que olor, del azahar, flor del naranjo y limonero que aquí inunda de forma especial el ambiente.

Hacia la mitad de la calle, a la derecha, entrando en la Calle Marroquíes, en el número 6 (*), se encuentra uno de los patios más premiados a lo largo de la historia del Concurso anual, construido en 1928. Se trata de una especie de casa de vecinos en forma de urbanización interior, donde se organizan calles alrededor de una construcción central, y estas a su vez se ven rodeadas por una crujía perimetral, donde se encuentran lavaderos y otros lugares comunes.

Patio-urbanización Calle Marroquíes, 6 (1928)
Volviendo a la Calle Mayor de Santa Marina, continuaremos hacia el sur hasta llegar al lateral noroccidental de la Iglesia de Santa Marina de Aguas Santas (*), que da nombre a toda la zona. En este lado podemos deleitarnos con una portada lateral de estilo gótico con cuerpo muy apuntado y agujas decoradas con puntas de diamante, que guardan una serie de arcos abocinados sobre los cuales se halla una hornacina con escultura. Una arcaica composición de mucho carácter.

Portada gótica de Santa Marina.
Un poco más al sur se encuentra la entrada principal, de cuya fachada destacan los potentes contrafuertes que enmarcan a la abocinada portada y sobre la que luce un rosetón. La iglesia fue una de las que fundaron los castellanos tras la conquista de la ciudad a los andalusíes en 1236, y en su interior cabría destacar su planta gótico-mudéjar, con peculiar artesonado en la nave principal y la hermosa Capilla de los Orozco (1419), hoy sacristía, con una portada de yeserías mudéjares en arco apuntado y angrelado, decoración inspirada en la Capilla Real de la Mezquita-Catedral, planta cuadrada y bóveda ochavada sobre trompas. La torre, de robusto aspecto, es obra de Hernán Ruiz el Joven.

Fachada principal de la Iglesia de Santa Marina de Aguas Santas (siglo XIII)
Iglesia de Santa Marina, y torre renacentista.
Frente a la fachada principal de Santa Marina, la Plaza del Conde de Priego cobija un nuevo monumento que Córdoba dedica al torero Manolete, obra esta de Manuel Álvarez Laviada (1956), y se sitúa donde un día estuvo el hoy ya desaparecido principal Palacio de los Conde de Priego, cuya leyenda de celos y asesinatos inspiró a Lope de Vega su novela Los Comendadores de Córdoba (1609). En el lado sur de la plaza podremos observar la fachada norte del Convento de Santa Isabel, que veremos más adelante.

Plaza del Conde de Priego y Monumento a Manolete (1956)
Salimos de la plaza para bordear el lateral sureste de la iglesia, cercano a la torre, para asomarnos a un grupo de calles que allí se encuentran y bifurcan. Por un lado, el ábside exterior de la propia iglesia, detrás de la base de la torre; por otro, hacia el sureste, las típicas calles Zarco y Morales, de las que ya hablamos anteriormente, con hermosos patios tras sus rejas y puertas; y al noreste por la calle Tafures, donde además de los omnipresentes patios, se suman las fachadas, rejas y balcones, repletas de flores casi todo el año, no solo en primavera. Dar un salto a este rincón es siempre una delicia. Volvemos hasta la portada de la iglesia de Santa Marina, para dirigirnos hacia el sur.

Calle Tafures
La calle que ahora cogemos toma nombre del Convento de Santa Isabel, que se nos queda a nuestra derecha, y cuya portada principal, de finales del siglo XVII, se abre a una plazuela que allí se forma. Da acceso al compás con galerías y portada de la propia iglesia, de 1576. Fundado en el siglo XV, de aquella época queda poco, pero sí tiene el edificio interés artístico, sobre todo con su bóveda esquilfada, obra de Juan de Ochoa, en 1583, y terminada en 1660 por Sebastián Vidal y Bernabé Gómez del Río, y el relieve del retablo mayor, obra de Pedro Roldán (1682)

Portada del Convento de Santa Isabel (siglo XVII)
Al poco subiremos ahora por la calle dedicada a la monja y doctora Isabel Losa (1473-1546), dejando a la derecha casas construidas en lo que fuera parte del convento anteriormente visitado, y a la izquierda la Calle Imágenes, también comentada con anterioridad, hasta llegar a una plaza que se forma en la confluencia de varias calles, y que fue donde estuvo la Puerta del Rincón, llamada así con buen criterio pues eso es lo que formaban las lineas de muralla que venían desde el Campo de la Merced, allá arriba, en la cuesta, para juntarse aquí. De aquella puerta medieval nada queda, pero de parte de la muralla sí, sobre todo la torre, de procedencia romana, aunque reformada posteriormente, que se sitúa en lo que fuera esquina de la Ciudadela, Medina o Villa, y que hoy es parte del Convento de los Capuchinos.

Torre y muralla romana de la Puerta del Rincón.
De reciente aparición es la estatua dedicada a Los Cuidadores de los Patios de Córdoba (2014), que se encuentra cercana a la torre, y que es obra del escultor José Manuel Belmonte.

Monumento a los Cuidadores de los Patios Cordobeses (2014)
Nos dirigiremos ahora hacia el norte por la callejuela que en el rincón de la plaza allí formada se abre y que tiene el nombre de Adarve, precisamente llamada así por encontrarse en ella parte de la muralla de la Axerquía, en su lado occidental.

Parte de la muralla almorávide de la Calle Adarve (siglo XI)
Al final de esta calle, en su extremo norte, se halla la conocida como Torre de la Malmuerta (*) Su nombre procede de una leyenda popular en la que el final de su protagonista es una injusta muerte, aunque lo cierto es que se trata de una torre defensiva albarrana, o sea unida a la muralla mediante un puente sobre arco, construida en 1408 sobre otra anterior de época andalusí. De planta octogonal, es maciza hasta el acceso a la única sala que tiene, que posee bóveda esquilfada. A lo largo de los siglos, esta sala ha sido utilizada como prisión de nobles, lugar de fumigación en época de epidemias, como observatorio astronómico en el siglo XVIII, como polvorín en el siglo XIX, y como sede de la Delegación Cordobesa de Ajedrez en el siglo XX.

Torre de la Malmuerta (1408)
Tras pasar por debajo del arco, donde se encuentra una inscripción de su inauguración (que por cierto si se es capaz de leer pasando a galope a caballo, la torre se derrumbará y se convertirá en un flamante tesoro para el que lo logre, según dice la leyenda), a la derecha aún se ve un lienzo de la muralla a la que se une, detrás de la cual se encuentra la Facultad de Ciencias del Trabajo, que se ha integrado en el entorno.

Facultad de Ciencias del Trabajo, junto a la Torre de la Malmuerta
Al otro lado de la Avenida de las Ollerías, donde nos encontramos, podemos ver cómo se alza desde el centro de la Plaza de la Flor del Olivo, el conocido como Chimeneón de Carbonell, resto de la antigua fábrica de aceites San Antonio, propiedad de la empresa Carbonell, que estaba situada en este mismo lugar. Vestigio de la expansión industrial en esta zona, la chimenea fue construida por el arquitecto Adolfo Castiñeyra en 1903, en estilo neomudéjar.

El Chimeneón
Acabando ya el recorrido, hacia poniente, por la Avenida de los Molinos, los actuales modernos y altos edificios parecen desafiar a la mismísima Torre de la Malmuerta, y aunque ya de aquello nada queda, la verdad es que estamos pasando por un antiguo barrio conocido desde hace siglos como el Barrio del Matadero, por situarse en él dicha instalación, y que ha tenido siempre mucha relación con la tauromaquia, pues aquí venían a practicar con las vacas antes de que fueran sacrificadas las reses. De hecho, dos calles aún hacen referencia a dos afamados toreros cordobeses: Lagartijo y Guerrita.

En el lugar llamado Los Llanos del Pretorio se encuentra en bronce la copia de la escultura que el zamorano Eduardo Barrón hizo en 1904, de Séneca y Nerón, y cuyo original estuvo en el Ayuntamiento de la ciudad durante muchos años hasta que se devolvió, y hoy se disfruta en el Museo de Zamora.

Miniatura de la copia en bronce de "Séneca y Nerón", de Eduardo Barrón (Museo de Zamora)
Fin del cuarto capítulo (El Trascastillo y al norte de la castiza Axerquía), de la serie Conociendo Córdoba.

Recorrido propuesto
Todas las fotos son del autor, salvo las que oportunamente se indican.