sábado, 18 de enero de 2014

Veure Barcelona

Observar Barcelona... un placer.
Hay en este mundo ciudades históricas y antiguas, modernas y nuevas, ciudades y villas populosas o de decenas de vecinos, villas y pueblos donde el arroyo de aguas cristalinas es el rey, junto a aquel bosque de álamos blancos que, después de amarillear, se desnuda, mostrando su esqueleto majestuoso y blanquecino. Lugares, al fin y al cabo, donde sobreviven personas que forman parte de su entorno y que a veces desconocen, o no quieren asumir, que su entorno es parte de sus vidas.

Ciudades de montaña, ciudades de mar, ciudades de piedra, ciudades de sal. Con fondos azules marinos, con fondos verdosos de montes, con fondos blancos de nieve... Lugares donde vivir, lugares donde amar.

Hoy vengo a mostrar en mi ventana una ciudad con fondos azules, verdosos, blancos, rojos y amarillos. Hoy saco a la red una ciudad para observar, para detenerse a analizar sus contrastes... abierta y al mismo tiempo autocomplaciente, ensimismada, asustada, acobardada por sinergias distintas a su ser, cosmopolita, culturizada, aperturista y aún así cerrada... obligada. Ella lo tiene todo, pero no tiene nada, porque la universalización de los lugares no estará nunca en manos de sus gobernantes, sino en el pueblo que les elige.

Veure Barcelona
Barcelona es una ciudad perfectamente organizada. Su viario urbano es, posiblemente, un ejemplo a seguir para el resto de ciudades del mundo. Ya en el siglo XIX sus urbanistas pensaron con un planteamiento entonces futurista y hoy acertado. Supieron plantear una protección de la zona histórica y un ensanche abierto, con calles anchas, con aceras peatonales amplias, apartando el flujo mecánico de los paseos peatonales, adaptado a su medio ambiente. Calles con lugares de encuentro en sus chaflanes que simulan plazas cada ciertos tramos.

El Ensanche
Si Amílcar Barca la fundó o no es actualmente aún un enigma. En cualquier caso, el emperador Augusto la romanizó creando, como en muchas de las ciudades europeas, el castrum inicial. De aquel pequeño poblado romano de Barcino, lejos hoy en la memoria de los barceloneses, solo les queda algún que otro digno resto que observar.

Necrópolis romana, musealizada (Plaza de la Villa de Madrid)
Restos del acueducto romano en Porta Ferrisa
Saltemos en la Historia, porque la Barcino romana se convierte en la gran urbe que hoy conocemos, a manos de urbanistas y arquitectos emprendedores que se saltan todas las normas del momento. En aquella época, a finales del XIX y principios del XX, con la cosa nacionalista ya refulgiendo, surgen iniciativas para la re-monumentalización de la ciudad. Su gran mentor: Antoni Gaudí.

Gaudí, una persona extremadamente religiosa, llevado por su iniciativa reformadora de los cánones arquitectónicos, y dispuesto a poner todo "patas arriba", inventa la Barcelona actual, imaginativa y geométrica, basada en las formas de la Naturaleza al servicio del disfrute de la vista. Un neobarroco personalizado, con mensajes neocontrarreformistas y al mismo tiempo rompedores, dentro del modernismo. Surge el estilo único e irrepetible, denominado gaudiano, exclusivo de la ciudad de Barcelona.

Ahí nace una nueva ciudad.

Los edificios se retuercen creando nuevas formas que se acercan a las que la Naturaleza y nos lo ofrece gratuitamente pero, en este caso, imaginadas por el ser humano.

La Pedrera
Azotea de La Pedrera
Casa Batlló
Y Gaudí, con el beneplácito de sus gobernantes, se inventa una nueva catedral allá en el ensanche, lejos de la interiormente gótica y exteriormente neogótica, para hacerle competencia. ¿Quién necesitaba una nueva catedral?

Fachada neogótica (Siglo XIX) de la catedral de Barcelona
Porque sí, Barcelona es gaudiana en muchos lugares, pero también es neogótica (siglo XIX), es decir, reconstrucciones regionalistas lejos de la originalidad. Edificios como el Ayuntamiento o el de la Generalitat están reconstruidos basados en el antiguo gótico, sin serlo.

Ayuntamiento de Barcelona
Ayuntamiento de Barcelona
Aún así, bonito.

Pero, llegado a este punto, uno se pregunta... ¿cómo es posible que una ciudad esté aún construyéndose una catedral? ¿es necesario que sea así? ¿qué necesidad hay para el ciudadano? ¿Es entendible que, con la que le está cayendo al de a pie, al que se levanta temprano cada día para ir a trabajar, al que no se levanta para ir a trabajar, al que cuenta su dinero por monedas cobreadas, sacadas de su bolsillo, que quien sea... no voy a especular... tenga aún grúas y andamios en una construcción lejana a las necesidades de las personas, al menos, que le sea útil para sobrevivir? ¿No hay otras cosas en las que gastarse los dineros?

Sin embargo, cuando uno la ve, a pesar de todo,... alucina.

No hay una construcción, religiosa o no, en el mundo que se parezca a esta.

Todo es especial, original, increíble, irrepetible... La catedral inacabada de la Sagrada Familia, con sus andamios, con sus grúas, con sus impersonales entradas para los turistas, con sus iconos religiosos, con su derroche, con su incomprensible estupidez... Todo ello, absolutamente todo ello, se olvida cuando uno entra en el templo y observa la luz, las formas, los colores, la imaginación del artista, uno queda anestesiado, y cuando sale de allí, posiblemente drogado por la belleza, pide perdón por no comprender.

Interior de la catedral de la Sagrada Familia
No voy a poner más fotos de la Sagrada Familia... no me atrevo.

Pero, si la Sagrada Familia de Barcelona es un lugar único y espectacular, también lo es el Parque Güell, hijo del mismo artista...

Parque Güell (Antoni Gaudí)
...pero yo me voy a quedar, como admirador de la Historia que soy, con un edificio más antiguo y, permítaseme, más auténtico (o no, qué más da). La verdad es que vengo absolutamente enamorado de esta construcción porque me parece igual de original que la Sagrada Familia pero más antigua, y construida con menos medios, o al menos más precarios. La esbeltez de sus columnas, el gracejo de su fachada, la magnificiencia de su planta, la altivez de sus torres...

De Barcelona, yo me quedo con la Iglesia de Santa María del Mar.

Fachada de Santa María del Mar
Interior de Santa María del Mar
Pero Barcelona tiene mucho más que ver, mucho más de que disfrutar y mucho más por descubrir. No hay espacio aquí, en este blog.



PD. Se ve que aquí también tienen influencias andalusíes, con arcos con dovelas rojiblancas como las de la Mezquita de Córdoba.



lunes, 30 de diciembre de 2013

Dosmiltrece...

Enero
Comience el video y siga la letra hacia abajo en el blog. Es mi resumen personal del año 2013.




Every morning, when I wake up yawning
I'm still far away

Trucks still rolling through the early morning
To the place we play...

Boy, you're home, you're dreaming, don't you know
the tour's still far away...

Febrero
Boy, you're home, you're dreaming, don't you know
You're having just a break...

Dream we're going out on stage, it feels like coming home again
Dream we're going out on stage, it feels like coming home again
Dream we're going out on stage, it feels like...

Marzo
....Year after year, out on the road
It's great to be here to see you all
I know for me it is like... coming home

Abril
Day after day, out on the road
There's no place to far that we wouldn't go
We go wherever you like... to rock'n'roll.

Mayo
Jump on the seats, puts your hands in the air
Gimme a shout... let me hear you're out there!
The wilder you scream for some more rock'n'roll.
The higher we'll go!

Junio
Year after year, out on the road
It's great to be here to rock you all
I know for me it is like
Coming home... coming home

Julio
I know for me it is like... coming home

Agosto
...Coming home... like coming home

Septiembre
 coming home...

Octubre
Like coming home...coming home...

Noviembre
Like coming home.... coming home.

Diciembre
Feliz año 2014.

Hope to rock you all.

Fuerza, salud y dignidad.



domingo, 3 de noviembre de 2013

Aquel primer amor que nunca se olvida

Llanete de la Cruz (montilladigital.com)

Una vez lleno de agua el cántaro de dos arrobas en la Fuente de San Blas, el llanete de la Cruz era "algo más" que un llano; una pendiente que subía hacia el Llano Palacio, ese lugar adonde asomaban las bodegas de Tomás García y la Casa del Señor de Aguilar, con aquel arco que llevaba a la placita en la que estaba la puerta de las monjas de Santa Clara, inundada de aromas de tortitas hechas con manteca y azúcar pero, sobre todo, con mucho cariño. Ese cariño ya se sentía en el compás del convento, con su correspondiente silencio y su relajante arquitectura, mística y al mismo tiempo mundana. Su patio empedrado era, y es, un fresco lugar donde los niños saltaban de poyo en poyo, de escalinata en escalinata, observando de soslayo la portada goticista que ese arquitecto de la capital quiso poner allí como fondo teatral al más hermoso sonido de la música: la risa de los chiquillos.

Patio de Santa Clara
Pero Conchi ya solo iba allí cuando su padre la llevaba a los Maitines cada año por Pascua. Su madre murió hacía ya un par de ellos en el Hospital de Agudos de Córdoba, desgarrada por el agua de aquel vaso que alguien puso a su alcance en la mesita cercana, después de una operación de hernia, y que abrió sus entrañas hasta desgarrarla.

Hospital de Agudos (Córdoba)
Con el cántaro en la cintura, Conchi pudo subir la cuesta y llegar hasta el Paseo de Cervantes, donde una chiquillería rompía el silencio con sus juegos. Estaban montando la feria del Santo, y los operarios se gritaban unos a otros dándose órdenes y coordinándose en los trabajos. Ella miró durante unos minutos cómo los obreros colocaban la estructura de la atracción que más le gustaba a ella: los voladores. Las vigas se ensamblaban entre sí mientras la base de madera iba siendo cuidadosamente colocada a base de puntillas y martillo. Los sonidos retumbaban en la fachada del palacio renacentista del fondo de la plaza.

Frente a aquel palacio, haciendo esquina, Conchi observó por unos instantes las ventanas de la que fuera su casa, y que era parte de la bodega de vinos de Tomás García. Recordó momentos de infancia temprana y una sonrisa apareció en su rostro. Su madre estaba en esos recuerdos. Sin embargo, el cántaro seguía pesando igual, tanto que le hizo cambiar el lugar de apoyo en su cintura, de la izquierda a la derecha.

Palacio del Señor de Aguilar a la izquierda y la casa de Conchi enfrente, haciendo esquina.
El Paseo de Cervantes era un hervidero de chiquillos jugando y chillando y obreros montando casetas y atracciones. Frente a él, la campiña se mostraba como un mar de viñas y de olivos, con lomas infinitas bendecidas por la imagen de Jesús Nazareno en Semana Santa desde este mismo lugar.

Paseo de Cervantes
Aquella estampa se detuvo de repente.

Desde un banco de piedra cercano a la escalinata de acceso sureste del parque, un muchacho delgado y moreno lanzaba destellos de humildad y tristeza por sus profundos ojos negros cubiertos por grandes pestañas que parpadeaban con pereza. Conchi, casi sin quererlo, se acercó a él, y al verla llegar, aquel chiquillo pestañeó más despacio que nunca, como los abanicos en primavera. La profundidad de sus ojos dejó a Conchi paralizada.

- Hola. -El niño rompió el hielo.

A Conchi le costó hablar. Se lo pensó, miró a un lado y a otro, como buscando ayuda.

- ¿Cómo te llamas? -preguntó casi sin creérselo ella misma.

- Me llamo José Carlos, pero todos me llaman Carlitos.

- ¿Tienes sed?

Carlitos movió la cabeza casi de forma infantil. Ya debía tener unos doce o trece años, pero parecía menor.

- ¿Quieres agua?

Carlitos volvió a mover la cabeza de arriba a abajo como un niño pequeño, mientras su sonrisa y su mirada se clavaban en la mente de Conchi, quien, sin pensárselo dos veces, le ofreció el agua del cántaro. Carlitos bebió dando tres profundos tragos y luego se secó la boca con la manga de la camisa, satisfecho.

- ¿Y tú?

- Conchi, vivo ahí arriba, en San Sebastián.

El niño se encogió de hombros.

- ¿No eres de aquí?

- No. Trabajo en el circo.

Un niño se cayó allá pegado al cine Cervantes y empezó a llorar desconsoladamente. Carlitos y Conchi se miraron y sonrieron.

- ¿Por qué vas tú a por el agua a la fuente?

- Mi madre murió hace dos años, y ahora es mi hermana Paca la que lleva la casa. Ella es la que ordena todo y la que hace la comida, y la que va a comprar, y la que dice lo que tenemos que hacer...

- Mi madre también murió.

Silencio....

Paseo de Cervantes
Más silencio...

Los ojos del muchacho se dirigen hacia una carpa que montan junto a las escaleras.

- ¿Qué es eso?

- La Caseta de los señoritos.

Alguien discute con otro por cómo debe ponerse el toldo, y Conchi y Carlitos se miran y se encogen de hombros. ¿De qué hablan? Se preguntan.

Conchi agarra de la mano a Carlitos y se lo lleva a las escaleras, donde sus amigas juegan a saltar desde lo más alto de ellas. Los cántaros se acumulan en el rellano, y la competición comienza. Hay que saltar desde dos, desde tres, desde cuatro escalones. Conchi lo hace desde seis, cae al rellano con gracia y se levanta orgullosa. Carlitos ríe. Le falta un diente. Detrás de él el señorito pone pegas a la carpa que están levantando para la feria, pero él se vuelve, lo mira, y no lo entiende.

Conchi le anima a saltar.

- No puedo. Me tengo que ir. -Carlitos mira al sol y de repente se da cuenta de que es tarde. Dice adiós con vergüenza y se va.

- Adiós Conchi.

Conchi no responde, y lo ve irse con prisa. Está triste.

Se despide de sus amigas y con pena sube la cuesta de la Calle del Muladar hacia la Calle de San Sebastián, con el cántaro en su cintura. A medio camino le falta la respiración. Está pensando, se acuerda de aquellos ojos profundos, llenos de tristeza, de la sonrisa forzada, de la piel brillante de sus manos, aceitunada, las uñas claras, aquellos labios sonrosados... Se le saltan las lágrimas y se acuerda de su madre... ¡Mamá! ¡Necesito hablar contigo! ¿Dónde estás?... ¡Mamá!

Al pasar junto a la iglesia de San Sebastián, Conchi mira la escalinata y un nudo se le hace en la garganta.

Iglesia de San Sebastián
No sabe lo que le pasa, pero de repente siente que tiene necesidad de ver otra vez aquellos ojos tristes del chiquillo del circo, necesita tocar sus manos, oler su cuerpo, agarrar su cintura. Se siente herida, ausente de este mundo... ¡Mamá! ¿Dónde estás?

Al llegar a casa, su hermana Paca le estaba esperando.

- Ya mismo están aquí tu padre y tus hermanos y yo todavía no he echado el agua al puchero. Son ya las diez de la mañana y ¡tú por ahí de pingoneo! Vete ahora mismo a por el pan.

-¿Y Aurorita? ¿Por qué no va ella? Yo ya he ido a por el agua.

- La Aurori está jugando al fútbol en el Llano Palacio con tus primos. La panadería está más cerca que el Llano Palacio, así que tú verás.

Conchi apretó los puños, respiró hondo y salió al portal. De repente se detuvo a escuchar. Se sentó en la casapuerta y llevó su mirada al cielo. Estaba escuchando los pasos de su madre bajando por la Calle de la Enfermería, esos pasos decididos que retumbaban en las casas. Sí, ¡era su madre!

- ¿Qué haces ahí Conchi? -le pareció escuchar de su madre.

- La estoy esperando, madre. Reconozco sus pasos desde que sale de la panadería.

- ¿Y ese chiquillo, Conchi? ¿Quién es ese chiquillo?

- No lo sé, madre. Quiero que usted me lo diga. ¿Qué me pasa?

- Ve a San Francisco Solano y pídele por ti y por mí, y cuando pasen los años, tráete aquí a tus hijos y tus nietos, llévalos a tu casa, a tus lugares de regocijo y de trabajo, recuérdales lo que eras y lo que hiciste, lo que fuiste y lo que querías ser, lo que hacías y lo que querías hacer, tus anhelos y tus miedos. Siéntete orgullosa de ser montillana, de haber trabajado por los tuyos y haber deformado tus manos trabajando, y nunca olvides aquellos tristes ojos de grandes pestañas que en el Paseo de Cervantes, aunque solo fuera por unos minutos, te hicieron sentir mujer, para siempre.

- ¡Madre!

San Francisco Solano
El tiempo pasa, pero las cosas no se olvidan.

Conchi recuerda día a día, le preguntes o no, su infancia en Montilla: su casa en las Bodegas de Tomás García, en la Calle San Sebastián, su colegio de las franciscanas, la feria del Santo en el Llano Palacio, los arcos de la Puerta de Aguilar, los paseos en la Plaza de la Rosa, su iglesia de Santiago, la Calle de la Corredera, la panadería de Manolito Aguilar y la de Bellido...

Puerta de Aguilar (todocolection.net)
Plaza de la Rossa
Santiago
Pero Conchi no olvidará jamás aquellos ojos tristes y aquellos labios que un día bebieron de su cántaro de agua fresca de San Blas, en el Paseo de Cervantes, y que como vinieron se fueron. Ese chiquillo del circo supuso un  paréntesis en la rutina de una muchacha, que con el tiempo, fue cobijo uteriano a este que hoy les escribe, y de la que se siente más orgulloso que nunca: Mi madre.

Hoy, esta estampa, se enmarca entre goticismos y platerescos en la foto, pero nadie sabrá jamás lo que significa en sí el tenerla aún con nosotros y tener la oportunidad de hacerla feliz.

Mamá

lunes, 9 de septiembre de 2013

Nuestra Málaga, la más qurtubana

La mar de Málaga
Parece una tontería, pero al menos para mí no lo es: ¿Existen cordobeses o qurtubanos, de la capital o de la provincia, que no hayan puesto al menos una vez en su vida un pie en las arenas, unas veces claras, otras oscuras, otras pedrosas, y siempre frescas, de las playas de Málaga? Yo lo dudo.

Esa provincia limítrofe, al sur de las Sierras Subbéticas, más allá de la Campiña plagada de olivos y vides, que te recibe con la explanada inacabable de Antequera, te hace saltar las montañas por Las Pedrizas, y caes vencido hacia la mar mediterránea observando alrededor los hermosos montes de pinos y aligustres vigilados por esa raya azul del horizonte, donde se muestra orgullosa la capital,... ¿es que acaso queda alguien en estos, mis lares, por experimentar dichas sensaciones?

Desde que se puede "veranear", Málaga se ha convertido para los cordobeses en su casa de verano, su segunda casa, su lugar de solaz y descanso, y como tal se le tiene.

La relación de los qurtubanos con Málaga es una relación casi matrimonial, de amor incondicional y de momentos de tensión, pero que al fin y al cabo ambos se necesitan y se quieren.

Hoy en día, la autovía y alguna autopista nos traslada hasta allí en algo más de hora y media, pero hubo un tiempo en que aquella excursión nos llevaba horas de viaje, con el único propósito de acercarse a aquella mar, siempre azul, siempre presente, y siempre esperando.

Playa malagueña

Tengo constancia de que los cordobeses, o qurtubanos, llegamos a tener fama entre los malagueños de racanería, y de que veníamos con las neveras con las bebidas y la tortilla de patatas, la sombrilla y la hamaca plegable, y que no nos gastábamos un duro. Sentían que nos aprovechábamos del lugar a cambio de poco, pero no tuvieron en cuenta que aquella relación persona-entorno nos habría de marcar para toda la vida, y que la interrelación se prolongaría en el tiempo de forma que, hoy por hoy, el ir a las playas de Málaga a refrescarse unos días (pocos unos, más los pocos) se ha convertido en algo parecido a ir a visitar a un familiar o a un lugar que se le hace a uno cercano y propio.

Hoy, los hijos y los nietos de aquellos que iban con la nevera y la hamaca plegable vuelven a veranear, cuando las circunstancias económicas se lo permiten, a hoteles y apartamentos, y comen en restaurantes y chiringuitos. No sabemos, tal y como nos han obligado los alemanes a hacer, qué será de todo esto en el futuro cercano, y quizás volvamos más pronto que tarde a las neveras, pero aún quedan (no tantos como deberían, eso sí) quienes prefieren la cercanía de un lugar acogedor y sentimentalmente cercano como son las playas malagueñas (Marbella aparte, claro)

El Mediterráneo malagueño
Hacía semanas que el colegio se había acabado, y con 42 grados a la sombra, las tardes pasaban somnolientas en algunos casos dentro de casa, o refrescándose en el Molino de Lope García, comiendo manzanas verdes y ciruelas de las huertas de El Porras o de El Mudo. De repente, alguien soltaba la noticia: en la confitería del barrio habían puesto un cartel donde se ofertaba un viaje de ida y vuelta el domingo a Fuengirola, por cuatro perras. En un barrio popular como en el que yo vivía, en San José Obrero (que el nombre lo dice todo), aquello era la bomba. Había colas por reservar.

Tengo magníficos recuerdos de Málaga, y aún hoy la sigo disfrutando, pero precisamente esos viajes no han quedado en mí como algo "fantástico".

Se contrataba un autocar con conductor y se pagaba "a escote" con el beneficio correspondiente para la empresa ofertante incluido, por supuesto.

"¡Nos vamos a la playa el domingo!", decía mamá, y se organizaba el cotarro. Y a mí se me caían dos lagrimones porque ya había probado la empresa con anterioridad.

Espero que esto sirva para que, si a algún malagueño se le ocurre perder el tiempo leyendo este bodrio, y tiene aún esa sensación de la que hablaba antes de que los cordobeses íbamos allí a aprovecharnos y a no gastar, que reconozcan el esfuerzo y entiendan que aquello era una inversión a futuro, pues, como comenté antes, aquellos niños y jovencitos de aquellas excursiones, son en gran parte hoy en día los que no pueden pasar sin su Málaga... a pesar de todo.

Las vistas 
A las 5:30 horas de la mañana (por decir mañana) comenzaba la excursión. Eso significaba que te levantaban a las 4:30 ó 5:00 como muy tarde. Si uno hubiera sido un calcetín seguro que se habría dado la vuelta después de uno de aquellos enormes bostezos. Por mano de Dios o del Diablo, a uno siempre le tocaba la nevera o la hamaca esa que se abre sola, así que ahí tienen a ustedes a un chiquillo de ocho o nueve años arrastrando somnoliento semejante artilugio hacia la multitud que se congrega alrededor del autocar mientras en el cielo aún se ven las estrellas.

Por algún motivo que aún hoy desconozco la gente estaba feliz y contenta, y más despiertos que nunca. Saludaban tu llegada y se achuchaban poco a poco hacia la entrada de la puerta del autocar con la única intención de entretenerte mientras ellos buscaban los mejores asientos. Si querías marearte, pues te pones en la cola, que el autocar da más saltos que una rana.

El autocar de marras.
Subiendo la cuesta de Los Visos, aún de noche, alguien de cuyo nombre no quiero acordarme, encendía el radiocassette y ponía a toa pastilla a Los Chichos. O sea: seis de la mañana y en la cola del autocar, con un sueño incontrolable y escuchando... "hisiiste la maletaaa..., ¡ay qué dolor!"

Poco a poco se va haciendo de día, y los campos de la Campiña cordobesa, amarillos en esa época del año, se van mostrando. Los olivos, los trigales y las vides siguen ahí todavía, a pesar de Los Chichos.

No recuerdo si antes o después, pero sí que estaban cerca. Primero era llegar a Benamejí, que había que bajar por una carretera sinuosa donde todas las madres se tapaban los ojos en esa curva peligrosísima donde nos íbamos a "escoñar". Todo el mundo estaba asustado, pero el autocar siempre pasaba por la curva como el que pasa por la Gran Vía. Y al fin, después de un par de horas, llegábamos a El Tejar, lugar de discusión general porque había quien decía que era el último pueblo de la provincia de Córdoba y otros que defendían que era el primero de Málaga. En fin, que era hora de parar para ir al servicio.

¿Al servicio? Sí, ja, ja. Como el de mujeres tenía una cola que parecía un dragón chino, acababan ocupando también el de hombres. ¿Y a dónde van los hombres?... ¡Pues al campo! Ea, todo quisqui a mear en el campo, en fila, mirando al oeste. Y, claro, no todo el mundo se concentra....

Vuelta al autocar, vuelta a Los Chichos, y en la "recta de Antequera", a nuestra izquierda, la Montaña de Los Enamorados se convierte en la cabeza de Manolete. "Sí, hombre. Mira, la montera, la nariz, la barbilla... si es clavaíto..."

Subida por Las Pedrizas, y el autocar se hace perrón. "¿Y si nos bajamos alguno?" comenta alguien. Ahora han cambiado Los Chichos por los chistes de Manolito Rollo... De mal en peor.

Hemos llegado a "Málaga la Bella", y sí, efectivamente que se ve hermosa, a pesar de la especulación urbanística que la encorseta. Pasamos por La Rosaleda y tiramos hacia Fuengirola, después de casi cuatro horas de viaje. Una vez en destino, el autocar se vacía en segundos. Las bolsas, las neveras, las hamacas, las sombrillas,... corren por sí mismas casi, como una carrera de caballos. Hay quien se pincha la sombrilla en el pie por error en vez de hacerlo en la arena.

"¡Niño, báñate!"

"Pero si no son ni las diez, y tengo hasta frío"

"Entonces ¿para qué has venido?" Era un vecino, ni a mi padre ni a mi madre se le hubiera ocurrido decirme esto, sabiendo que para mí el agua es solo para aseo personal.

...y ese niño que va para el agua obedeciendo a su vecino.

Paisajes malagueños
Horas después, el bocadillo lleno de arena,... ¡crujiente!... ¡ay, dónde está mi Sierra Morena! Hace calor, el salitre excita mi piel, la arena se mete entre los dedos de mis pies y me molesta... Miro hacia el sur y todo es azul... ¿dónde está el verde de los alcornoques y encinas, de los madroños y durillos?

La tarde se pasa entre las olas que arrastran los sedimentos que se cuelan en el bañador y el requemor de la piel. Alguien da la voz de alerta porque el autocar regresa. Prisas para recoger y estar a la hora exacta en el lugar exacto. Una vez todos dentro, vuelven a sonar Los Chichos. Se ve que el que llevaba el radiocassette sabía nadar, y no se ha ahogado. ¡Qué le vamos a hacer!... "hisiiste la maletaaa..., ¡ay qué dolor!"

En el autocar hay un olor muy raro. Sí, es vinagre. Entonces a nadie se le ocurría ponerse protector solar, así que cuando volvíamos estábamos "sollamaos" como las sardinas, y aquel escozor solo se aliviaba con vinagre y alcohol de 96 grados. Bueno, había tiempo para despellejarse poco a poco, así que adelante.

Sardinas malagueñas sollamándose al viento de poniente
Y a eso de las 23:00 de la noche llegábamos a la Cuesta del Espino, desde donde se veían las luces de Qurtuba al fondo, y alguien saltaba con aquello de... "Sooy cordobéeee, de la tierra de Julio Romeroooo", y entonces llegaba el éxtasis. Agotados, quemados por el sol, con un olor apestoso en el autocar, muertos de sueño,... a alguien ¡¡¡se le ocurría cantar!!!

Jamás la cama propia había sido la mejor compañera. Al final de la jornada, todo quedaba en un sueño. Bueno, siempre había buenos recuerdos.

Imágenes de Málaga.

Que nadie se sienta herido por este relato de mi infancia, más al contrario. Estas vivencias que este qurtubano cuenta en este su blog (y el de usted) son vivencias propias, y ni son las vivencias de los demás de los que ocupaban aquel destartalado autocar, ni quedan como un trauma o algo parecido... ¿o sí?. Debo contaros que cuando vuelvo a Málaga (porque todo qurtubano siempre vuelve a Málaga) la sensación es la de estar en casa, de estar en un paraíso por su clima, por sus playas, por sus sencillas y agradables gentes, por sus restaurantes y chiringuitos, por la luz y su lluvia, que también la hay, por sus árboles frutales, por sus montañas... La especulación inmobiliaria hizo estragos por aquellos lares, hoy en día irrecuperables, pero eso no quita que la sigamos amando. Aquellas torres de apartamentos que casi con miedo decíamos que eran "de los alemanes", como si fueran algo divino e imperturbable, hoy lo siguen siendo, más que nunca, pero nuestra Málaga no dejará jamás de ser nuestra Málaga, un paraíso para disfrute de quienes más la aman.

Aquellos chiquillos que íbamos, o más bien nos llevaban, en los autocares, hoy volvemos al lugar que nos llama, no ya tanto por cercanía geográfica, sino por ser parte de nuestra infancia, nuestra juventud, nuestra madurez y de nuestra vejez. Esperemos que podamos seguir yendo, y si no, habrá que volver a sacar las neveras y las hamacas, para que nuestros hijos y nietos aprendan a amar aquella hermosa tierra.

Atardecer en Málaga (foto de Alejandro Fuerte Jurado)