sábado, 21 de abril de 2012

Jerónimo y serrano, el misterioso monasterio cordobés

San Jerónimo desde el Valle del Guadalquivir
La Sierra de Córdoba, esa mole natural, morena y verdosa, a la que se abraza la ciudad buscando oxígeno y protección, es la más hermosa de las brújulas que orienta al habitante, autóctono o no, o visitante, entre el entramado urbanístico que se extiende entre ella y la puerta de entrada a la campiña, que es la Cuesta de los Visos. Desde el laberinto de callejuelas y plazuelas del enorme casco histórico cordobés, y desde los barrios modernos del siglo XX, y más allá, por las cercanías de la ciudad, ella nos marca a todos el norte, y cuando la miramos, nos orientamos, y averiguamos dónde nos encontramos y hacia a dónde nos dirigimos. Porque la sierra no es solo tierra y campo, que no es poco, sino que posee, como pinceladas abstractas en un cuadro, formas, manchas e hitos, en algunos casos excesivos por la actuación del ser humano, y que señalan las distintas longitudes frente a la principal latitud que entraña la propia sierra.

Torre Árboles, Los Morales, La Aduana, El Parador de la Arruzafa, El Colegio de La Salle, La Huerta de los Arcos, Las Ermitas, Piquín, El_Rodadero_de_los_Lobos, Santa Ana de la Albaida, El Castillo de la Albaida, La Torre de las Siete Esquinas,... hasta la silueta del Castillo de Almodóvar sobre su colina, allá en el lejano oeste, dominando el Valle del Guadalquivir. Todos ellos suponen puntos de referencia que nos sitúan y orientan. Estamos los cordobeses tan acostumbrados a ellos que cuando visitamos otras ciudades o pueblos del mundo solemos (a veces sin darnos cuenta) elevar la mirada buscando esa marca, esa sierra o esa colina que te sitúe en el punto concreto. En ciudades donde no existe esa referencia sentimos desazón, como la pérdida de orientación, como abrumados ante un horizonte plano e infinito.

Al oeste de la ciudad, al borde y falda de la sierra, entre ella y el anteriormente comentado Castillo de Almodóvar, existen dos lugares, dos pictóricas manchas pedrosas, que llaman la atención por su importancia histórica y artística y que forman parte de esa comunicación entre los cordobeses y su entorno, a pesar de que muchos de ellos no tengan conocimiento de ellas nada más que por ser parte del paisaje habitual y por saber que allí se encuentran, aunque nunca se hayan preocupado por saber más; los cómos, cuándos y por qués.

Una es la Ciudad Brillante, Madinat Al-Zahra, un romántico lugar de ensueño felízmente recuperado poco a poco por arqueólogos, investigadores y restauradores, que están devolviendo el esplendor a la que un día fue el centro de decisión de las políticas económicas, sociales, religiosas y culturales de las tres cuartas partes de la Península Ibérica. Aquella "piel de serpiente" encontrada, o más bien comenzada a valorar en el siglo XIX, está hoy siendo reconstruída con dedicación y trabajo; en definitiva, en buenas manos.


Madinat Al-Zahra

Muy cerca de allí (o más bien este cerca de ella), se alza el que probablemente sea el más misterioso de los edificios históricos de esta milenaria ciudad: el Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso. No es que sea misterioso por ser merecedor de un programa de Cuarto Milenio, sino más bien por lo desconocido de su existencia. El edificio con el estilo gótico más auténtico de Córdoba es solo conocido por algo más de un puñado de personas, en comparación con la población de esta ciudad, y su relación con Madinat Al-Zahra se podría explicar como la de un donante de órganos conocido y reconocido por ambas partes.


Fachada principal, que mira al sur

El Monasterio de San Jerónimo está desde principios del siglo XX en manos de los Marqueses del Mérito, que aún hoy tienen en él su morada cuando vienen a Córdoba procedentes de su residencia habitual en Bruselas, y su mantenimiento ha sido desde entonces exquisito. La desamortización_de_Mendizábal  (bien propuesta y planteada, pero malamente ejecutada) hace que el edificio quede vacío y sin dueño, lo que provoca su deterioro. Cuando los nuevos dueños se hacen con él, se encuentran con unas ruínas en las que lo más importante resulta ser que no se caigan y se plantean la difícil decisión entre mantener impoluto el edificio histórico o restaurar, sin previa investigación costosa y larga, todo lo posible. Optan por una decisión salomónica que supone actuar lo mínimo posible en zonas "no necesarias" para hacer habitable el edificio, y asumir una restauración más estudiada en los lugares donde se podía realizar.


Fachada oeste del monasterio, denominada "de los novicios"

Independientemente de quién, cómo y por qué este edificio llegó a ser propiedad privada,... muy privada, pues eran otros tiempos, tendremos que agradecer que sus dueños hicieran todo lo posible por mantener el carácter histórico y artístico del lugar, pues ello debió suponer un esfuerzo, tanto económico como personal. Seguramente serían apasionados de la cultura y la historia, y encima con dinero.

Los Recorridos_Temáticos que organiza el Yacimiento Arqueológico de Madinat Al-Zahra desde hace años nos han permitido, por su relación con ella, visitar recientemente este misterioso, por lo desconocido, edificio histórico. Gracias a ellos y a su encomiable trabajo, tanto institucional como personal (Don Andrés García, arqueólogo del yacimiento ofreció su propia furgoneta para trasladar a parte de los visitantes, entre los que uno de ellos fui yo), nos ha abierto este lugar para su conocimiento y disfrute. Recíbase desde aquí mi mayor agradecimiento.

El monasterio se "ofrece" desde la sierra para ser visto, con coquetería y prepotencia. Un abrupto camino rodeado de cipreses, lleva hasta la puerta principal, donde el camino se corta indicando el fin del mundo, y un arco barroco (siglo XVIII), lejos del momento del nacimiento del edificio (siglo XV), cierra una puerta de madera robusta al intruso.


Puerta institucional de entrada

Se pasa desde aquí a un zagüán abierto que se bifurca, a la derecha, y pasando una entrada particular con altarcillo por un arco, a la zona del jardín bajo que da a la fachada.


Altar en el zagúan de entrada



Ventanales que dan al zagüan de entrada



Arco de acceso desde el zagüan de entrada al jardín de la fachada

Aquí se encuentra un jardín bajo y desde él, hacia el sur, un Valle del Paraíso, con aligustres, alcornoques, encinas, nogales, frutales de todo tipo, y unas vistas hacia la ciudad y el valle que dan apellido al monasterio: Valparaíso.


Jardín de la fachada sur

Otro arco da entrada al compás, rodeado de limoneros trepadores (nunca antes vi limoneros trepadores), con una roca en la que está clavada una cruz de metal.


Entrada al compás

Desde aquí, la vista de la gótica fachada jerónima de la iglesia es evocadora.


Fachada de la iglesia

La decoración de la portada no es exhuberante, sino más bien todo lo contrario: austera y gracil.


Portada principal de la iglesia



Decoración de la portada principal de la iglesia

Por la puerta lateral derecha se entra en el recinto por un pasillo decorado con tapices con el escudo de la casa nobiliaria que la posee, reconstruído todo, y una decoración con estilo.


Pasillo de entrada, vista desde dentro

A la izquierda, la puerta lateral de la iglesia. Es esta una noble ruína que los marqueses no quisieron restaurar por dos motivos: no les hacía falta, y pensaron que en un futuro se podría recuperar siguiendo los patrones científicos que más convendrían. Una felíz decisión, pues hoy se encuentra en espera de lo que probablemente tardará en venir, vistos los tiempos que nos han tocado vivir: hay que generar confianza en los mercados...


Nave principal de la iglesia

La cubierta de la iglesia está derruída, salvo la cúpula y algunas capillas del transepto, y la parte del coro, a los pies de la única nave, y en la que se ven reconstruídas las nervaduras del artesonado. El altar y la solería, del siglo XVIII, aún se conservan.




Altar mayor y solería de la iglesia


Desde aquí se accede a la que problemente sea la zona más auténticamente gótico-castellana de la ciudad: el claustro. La primera planta consta de arcos ojivales separados por contrafuertes y que delimitan el patio tras el que circunda un corredor con bóveda de nervaduras góticas, con puertas a estancias del cenobio, en algunos casos hoy privadas. La galería alta (hoy no visitable) abre al patio mediante arcos de medio punto, más acordes con el gusto renacentista.


Claustro


Puertas de acceso desde el claustro

Es un auténtico placer ver caer la lluvia en este recoleto claustro, observando la torre que Hernán Ruíz II diseñó siguiendo los patrones propios y que se repiten en las cordobesas iglesias de San Lorenzo y San Andrés, con el cuerpo superior girado 45 grados.


Claustro, con la torre renacentista

El claustro de los novicios es de principios del siglo XX, pues cuando llegan sus nuevos dueños al lugar lo encuentran arruinado. El estilo es de patio cordobés (si es que esto es un estilo), con fuente en la que luce una copia del cervatillo de Madinat Al-Zahra, que un día se custodió aquí, y que hoy está en el Museo Arqueológico, y su hermana en un museo de Qatar.


Claustro de los novicios


Fuente del claustro de los novicios

Las cocinas se han convertido hoy en patio, en espera de que en un futuro sean investigadas y estudiadas debidamente. Otra gran decisión de los dueños del edificio.



Antiguas cocinas del monasterio. En el centro, donde la cruz, el hogar (véanse los huecos para meter la leña)

Solo es visitable la zona del refectorio y la sala capitular, pero incomprensiblemente no permiten fotos en estos lugares, tan solo de la galería que da acceso al refectorio.



Galería de acceso al refectorio (a la izquierda las cocinas, hoy patios, y a la derecha el comedor)

















A la izquierda las cocinas (hoy patio, fotos anteriores) y a la derecha el refectorio (comedor), donde se abre una amplia estancia con las mesas alargadas en los laterales, otras centrales y los púpitos a ambos lados de la sala, en el centro, desde donde contaban cuentos a los monjes mientras comían (se les prohibía hablar o levantar la cabeza más de la cuenta): "Érase una vez, en un lejano país, hubo un hombre que...." De los vanos cuelgan tapices con el escudo heráldico de los actuales dueños, pero ya no hay monjes que puedan tener la tentación de levantar la cabeza más de la cuenta para mirarlos. Parece ser que en este lugar se ha celebrado alguna que otra boda, así como en la iglesia, hoy derruída, y que hemos visto con anterioridad.


En la sala capitular se abre un balcón desde donde se puede observar la ciudad cordobesa, el valle del Guadalquivir y parte de la campiña. Si San Jerónimo parece haber sido construído para ser visto, desde aquí parece todo lo contrario, pues resulta ser una admirable terraza desde donde se observa, por el mero placer de observar. Una delicia. Lástima del día lluvioso que nos acompañó.


Vistas desde el balcón de la sala capitular

El misterioso Monasterio de San Jerónimo de Valparaíso de la Sierra de Córdoba ha dejado de ser misterioso para mi y se ha convertido en uno de esos lugares de mi ciudad que a uno le hacen sentirse orgulloso de haber nacido aquí, porque en parte le pertenece, aunque hoy su disfrute no sea el que todos desamos que fuera, para propios y extraños. Este edificio desconocido por casi todos, construído en el siglo XV, que fue habitación de los Reyes Católicos, y por personajes peculiares como el historiador Ambrosio de Morales (autoeunucado, según la tradición, entre estas mismas paredes) ha grabado en mi memoria imágenes inauditas e inolvidables, que formarán parte de esa enciclopedia mental que uno se forja sobre su entorno más inmediato.


Crucerías góticas del claustro


Fuente con el cervatillo de Madinat Al-Zahra (Claustro de los Novicios)


Claustro y puerta de acceso a zonas privadas

Y si todo ello está comentado tan amenamente por la Dra. María de los Ángeles Jordano Barbudo, todavía mejor. Cuando alguien pide disculpas por excederse en sus explicaciones porque se siente felíz contando la historia y anécdotas de un lugar, es de agradecer su generosidad. Mi enhorabuena y gratitud.

Y recordemos que todo esto está organizado por el Conjunto Arquelógico de Madinat Al-Zahra, dentro de sus Recorridos Temáticos. Un instrumento para mejor conocer nuestro patrimonio histórico-artístico, dentro del ámbito de la cultura general.

Dicen que el monasterio se hizo con las piedras de Madinat Al-Zahra, y que los jerónimos (hispano-peninsulares como nadie) la saquearon por sus intereses. Es probable, pero hasta que no haya un estudio científico y arqueológico de este espacio no lo podremos asegurar. En cualquier caso: ¿Quién, en aquel tiempo, no hubiera pensado como milagroso que en unas tierras que le pertenecían hubiera piedras de cantera labradas y listas para ser colocadas? ¿Quién lo habría desaprovechado?

La mejor y más completa información de esta visita la teneis en casa de mi amigo Paco: http://www.notascordobesas.blogspot.com.es/2012/04/monasterio-de-san-jeronimo-de.html

domingo, 15 de abril de 2012

Zamora, el románico más puro

Plaza Mayor, con el nuevo Ayuntamiento al fondo y en primer plano la Iglesia de San Juan
Rodeada de grandes ciudades monumentales como Salamanca, Ávila, Segovia o León, Zamora parece encontrarse acorralada entre ellas y la frontera portuguesa, y aferrada desde su colina a su río, el Duero, que se amansa al paso por la capital, como si este quisiera ser partícipe de la discreción que muestran los habitantes de este pequeño rincón del mundo. Porque lo que más sobresale del ambiente frío de esta ciudad castellana es la discreción y lo adusto de sus lugareños, que, sin llegar a ser indolentes en actitud, o repelentes en comportamiento, desabridos como diríamos acentuadamente en Andalucía, más al contrario se muestran amables en todo momento pero sin la pasión o teatralidad a la que estamos acostumbrados en el sur de Europa.

Aunque las calles zamoranas conservan el trazado medieval de las ciudades históricas, y las plazuelas que se abren en ellas tienen un claro carácter renacentista, su caserío no posee ninguna peculiaridad especial, ya sea estética o histórica. Las casas de Zamora son, salvo honrosas excepciones, del montón; simples moradas semi-nuevas que no guardan correlación con el entorno, ni mantienen uniformidad alguna o cualquier intento de aportación estética especial o autóctona. Supongo que habrá que culpar en gran parte de ello al letargo que la ciudad soporta con la llegada de la Edad Moderna, y que traslada los centros de poder y económicos españoles a lugares más distantes como Toledo o Sevilla, u otros no tanto como Salamanca, ciudad esta que se convierte en el siglo XV en un indiscutible imán cultural y económico, que absorbe los recursos humanos, económicos y sociales del reino castellano-leonés. No se puede culpar a los zamoranos de no haber mantenido una autenticidad en sus casas y calles, cuando sus recursos se vieron mermados en un momento tan importante de la Historia Universal.

Pero, como dice el refrán: "no hay mal que por bien no venga", y si Zamora no pudo desarrollarse como hubiera querido en los tiempos del Humanismo más auténtico, ni supo recibir las nuevas tendencias artísticas para su comunidad, ese mal fue el germen para convertir hoy a esta ciudad como la ineludible cita de quien quiera conocer y estudiar el más puro estilo románico castellano que existe en la península, donde se encuentran los más y mejores ejemplos de esta estética medieval, que en Zamora se hace casi rutinaria, afortunadamente, por la cantidad y la calidad de los ejemplos que en ella se encuentran.

Zamora es el Museo Vivo del Arte Románico, con mayúsculas.

Las características del arte románico, surgido entre los siglos XI y XII, son; básicamente edificios religiosos, con muros gruesos, escasos estos en vanos al exterior, para invitar al recogimiento y la oración, y poca altura en las naves que suelen ser basilicales (influencia romana) o de cruz latina, el uso de arcos de medio punto y abocinados, bóvedas de cañón o de arista, pilares cruciformes y capiteles con elementos vegetales o geométricos. En algunos casos, las ventanas se convierten en troneras, que dan aspecto de fortaleza a la construcción habitualmente religiosa.

El río Duero fue frontera entre los variados reinos, ducados, marquesados y condados cristianos y el sur andalusí. El rey Alfonso III de Asturias la rodeó de unas impresionantes murallas, parte de las cuales aún se pueden ver hoy. Montado sobre ellas, la visión del río, con su puente de piedra (lamentablemente hoy cochista y no peatonal) es hermosa. Imaginemos: a la izquierda los cristianos y a la derecha los moros (y todos ellos humanos)

Puente de Piedra (S. XII) sobre las mansas aguas del río Duero
¿Qué se dirían unos a otros a voces desde ambas orillas? De todo menos bonito, seguro. Menos mal que la naturaleza, siempre sabia, los separaba con el sonido siempre relajante del agua corriendo y los patos flotando.

Ineludiblemente, a Zamora hay que empezar a verla desde su "Peña Tajada", donde se clavan el castillo y la Catedral, al suroeste del casco viejo. Desde la Plaza de la Catedral, sorprendentemente amplia entre tanta callejuela, se observan los diferentes estilos artísticos de la misma: el románico del cimborrio y de la torre, y el renacimiento tardío de la portada principal. Llama también la atención el arco que lleva al castillo.



La Catedral de Zamora es considerada la más antigua y la más pequeña de Castilla y León
Atravesando ese arco, unos jardines bien cuidados nos dan la bienvenida a la explanada de la entrada principal al castillo de la ciudad.


Explanada de entrada al castillo-alcázar

El castillo, que fue alcázar andalusí, está rodeado de un foso y su estado interior, ruinoso, está en proceso de restauración.


Puerta de entrada al castillo-alcázar

Desde aquí parte la principal vía que atraviesa el casco viejo de Zamora, y en la que se van abriendo plazuelas renacentistas con algunos edificios dignos de ser visitados por su antigüedad. Desde la Rúa de los Notarios, por la de los Francos, Ramos Carrión, Renova, San Torcuato o Santa Clara, hasta la salida a Plaza de Alemania o de La Farola, se encuentran plazas como la de Viriato, Mayor, Sagasta, Zorrilla, Constitución o de Castilla y León.

La Iglesia de San Isidoro está en la calle de su mismo nombre, cercana al castillo. Se masca el románico.


Iglesia de San Isidoro
No lejos de allí, la Iglesia de Santa María La Nueva, actualmente en restauración, exhibe prepotente su impresionante ábside románico.


Santa María La Nueva

Románico, románico y románico. No dejas de decirlo una y otra vez.

¿Y la torre de la Iglesia de San Vicente? ¿No es acaso esa imagen que uno tiene de lo que debe ser una construcción modelo de este estilo arquitectónico? Lástima de construcciones que la rodean.


Torre de la iglesia de San Vicente
Parte de la Plaza Mayor la ocupa la Iglesia de San Juan, con algún acento gótico en su portada.

Iglesia de San Juan

Y no lejos de allí (Zamora es pequeña), está la de San Antolín, con espadaña barroca.

San Antolín

En la Plaza de Viriato, llamada así por la estatua de Eduardo Barrón que allí se alza, los plátanos hispánicos ocupan el centro de la plaza, y sus ramas quemadas en su parte posterior por las heladas, dan la impresión de estar nevados sin estarlo, aunque supongo que no es raro que algún día sí que lo estén, debido a la temperatura fría de la ciudad. En esta plaza también está el antiguo Hospital de la Encarnación (siglo XVII) hoy Diputación, y el Palacio de los Conde de Alba y Aliste (siglo XV) hoy Parador Nacional.


Plaza de Viriato, monumento a Viriato (Eduardo Barrón) y Parador Nacional.

La mejor representación gótica de la ciudad está en el denominado Palacio de los Momos, de finales del siglo XV. Una fachada digna de ver, con variados elementos decorativos y una composición hermosa.

Palacio de los Momos, gótico tardío.

Por abrumadora mayoría absoluta, los ocho que andurreábamos las calles de la ciudad castellana decidimos ir mejor al Museo Provincial de Zamora antes que al Museo de la Semana Santa, y francamente que no nos arrepentimos. Es un coqueto museo que abarca desde el Paleolítico hasta la Edad Moderna, muy bien organizado, muy completo, muy bien expuesto y explicado, bien atendido y de agradable visita.


Ha sido grato encontrarme en la sala dedicada a la época romana con una sorpresa que no esperaba: se trata de la escultura de Eduardo Barrón: Nerón y Séneca, que estuvo expuesta durante años en el Ayuntamiento de Córdoba, y que antes de devolverla al Museo del Prado se hizo copia en bronce, y actualmente luce en la capital cordobesa, en los Llanos del Pretorio.


Nerón y Séneca (Eduardo Barrón)

También mantiene este museo el boceto que sirvió de modelo al artista zamorano para realizar su obra.


Boceto de Nerón y Séneca (Eduardo Barrón)

Zamora es una ciudad pequeña, pero en época de Semana Santa se multiplica su población, a costa de los turistas, que encuentran en su celebración pasional religiosa un aliciente y divertimento especial. Este motivo ha hecho que los restaurantes, evidentemente no demasiados por el tamaño de la ciudad, estuvieran todos a tope a la hora de la comida, y sus mesas reservadas, así que nos hemos quedado con las ganas de degustar su gastronomía. Hay muchos lugares para tapear en las calles, pero cuando se va con niños no es lo más apropiado. No podemos reprochar a los zamoranos que no tengan suficientes centros hosteleros para repostar, pues no les vamos a exigir que estén 358 días del año cerrados hasta que llega la Semana Santa. Faltaría más. Comimos, que fue suficiente, y además nos llevamos un queso de la tierra, alto en colesterol, como bien me indicó una persona allegada que era, y con esto nos conformamos.

Y no nos fuimos, ni mucho menos, con mal sabor de boca. Más al contrario, esta ciudad histórica, decadente, pero viva, nos ha satisfecho tanto que prometemos volver. Eso sí, no en Semana Santa.

Al regresar a zona "mora" atravesando el amable río Duero por el Puente de Piedra, desde la Peña Tajada se alza orgullosa la torre catedralicia pareciendo escondida tras las imponentes murallas, y vigilando los molinos, que, como en Córdoba, se incrustan en la lámina de agua verdosa de la orilla.


Colina de la Peña Tajada, con la torre de la Catedral y los molinos del río (a la izquierda de la foto)

Zamora, la bien cercada, nos quedó atrás con su discreción y su letargo. Hasta pronto.

P.D. Creo que hubo procesiones.

lunes, 9 de abril de 2012

Salamanca, dorada filigrana


La piedra pardo-rojiza y óxido de hierro de los edificios de la ciudad de Salamanca, conocida por Piedra de Villamayor, hizo a Don Miguel de Unamuno denominarla como la Ciudad Dorada. A buen seguro que Don Miguel observó desde los cafés de la Playa Mayor las tonalidades que despliegan dicha piedra en sus diferentes momentos atmosféricos: húmeda por la lluvia, seca por el sol de poniente o brillante por la escarcha del frío castellano. Salamanca muestra la piel de su piedra con una hermosura cándida y elegante, con la naturalidad de un cedro o un boje. Una piel que se toca con la mirada y que llena los sentidos porque se nos presenta maquillada y esculpida en fina filigrana. Esa piedra sutil permitió a escultores y artistas mostrar al exterior con facilidad sus imaginaciones, desde el gótico más arcaico hasta el churrigueresco, pasando por un renacimiento que en esta ciudad se convierte en exhuberante plateresco.

Las calles de la Salamanca antigua, al menos por Semana Santa, que es cuando nos ha tocado visitarla, se encuentran libres de vehículos a motor, lo que siempre es una gozada para el peatón, que puede pasearlas sin temor al atropello, cruzar de una acera a otra con total normalidad, observar las fachadas rojizas de los caseríos y palacios, y detenerse en puntos geocéntricos donde no sería posible si pasara el autobús de línea. Son limpias por el efecto de la siempre bendita lluvia y por la cantidad de personal a cargo de su mantenimiento. El piso, de granito grisáceo habitualmente, se auto-decora en composiciones lineales, marcando zonas definidas en los laterales, en los centrales y en los canales de desagüe, que llevan a sumideros o alcantarillas. En muchas de estas losas se puede ver la letra "A", ya sea porque indique algún tipo de arqueta, o por algún gracioso que se ha dedicado a marcar losas a su antojo.


Una de las fachadas más impresionantes del plateresco salmantino, y por lo tanto universal, se encuentra en la Universidad.



En esta fachada, imagen ineludible de los libros de texto de la Historia del Arte, está una de las diversiones de pequeños y mayores: encontrar la dichosa rana que tanto da que hablar y que dicen que da suerte verla. Así que cuatrocientas personas, según los sindicatos, y siete y media, según la policía, se suelen situar frente a ella en su busca y captura. Yo, de pequeño, me iba al arroyo de Pedroche a coger ranas, pero aquí, en Salamanca, se vienen a esta fachada a "pillarla". El problema es que no canta, así que es más difícil.

Personajes con ojos achinados, o con tez morena, o con acento anglosajón, o con idioma cordobés, se organizan ante esta visión, todos con el dedo índice marcando el lugar donde se encuentra (o se supone que se encuentra) el anuro de los cojon... perdiendo un tiempo precioso a costa de ella. Cincuenta y seis minutos después, según los sindicatos, o tres minutos y medio, según la policía, se hace real el milagro, y todo quisqui la pilla, mostrando sonrisa profident tras el evento.

Yo también la vi, y de hecho, tengo una foto que lo atestigua y que a continuación os muestro:


¡Encontré la rana! ¿O era sapo?

La Plaza Mayor tiene en las enjutas de sus arcos una serie de medallones que muestran personajes ¿importantes? de la Historia de España, desde reyes hasta dictadores, pasando por escritores, humanistas, iluminados (como Santa Teresa de Jesús) y, cómo no, los Borbones.

Estoooo, que me salgo del tema: Salamanca.

Desde la Iglesia de San Marcos, una preciosa construcción románica en la Puerta de Zamora...



...hasta las catedrales nueva y vieja, pasando por la Plaza Mayor, se abre un magnífico corredor marcado por las calles de Zamora y Rua Mayor, que es una auténtica delicia su paseo, sin coches. Entre palacios, casonas rojizas y alguna que otra plaza renacentista, uno se deja llevar por el ambiente cuatrochentista, observando tiendas modernas y antiguas, visitando tabernas, o simplemente pisando un suelo auténticamente castellanoleonés.

Uno de estos palacios es la Casa de las Conchas, que hace esquina con la Clerecía. Ambos edificios tuvieron un tira-y-afloja por su situación. Parece ser que los Jesuítas construyeron su edificio con la intención de que el vecino de enfrente, es decir, Rodrigo de Maldonado, cediera a su oferta de recibir una cantidad desorbitante por cada una de las conchas que tenía en su fachada. El fulanito este, que parece ser era conde de noséqué, se negó, y tuvieron pleito hasta que la cascó. Pero que la cascara no fue suficiente para que le echaran abajo su casa de conchas, y su familia se mantuvo en sus trece. La gente, especialmente la que no tiene nada que ganar ni nada que perder, pensó que en las conchas de la casa había un tesoro, o por lo menos, unas monedillas para invertirlas en comida, así que algunas de esas conchas se ven hoy en día un poco estropeadillas por la gente que buscaba unas monedas con las que comer. Poco les sirvió su quimera, porque el pastón estaba dentro del palacio y a buen recaudo, así que "leche y habas".

El caso es que los Jesuítas no consiguieron tirar la casa de enfrente, y hoy en día, gracias a Dios (¿?) jesuíta o no, la casa sigue en pie, y sigue dando "polculo" a la fachada de la que el Rana fundó en los años 40 del siglo XX como Universidad Pontificia. He aquí la cuestión del desentendimiento:



No es que el edificio no merezca la pena verse desde lejos:


Pero para que se vea, no vamos a tirar una construcción como esta:



En fin, que al final, los jesuítas se quedaron sin abrir su fachada a la plaza por culpa de la Casa de las Conchas, uno de los edificios más singulares de Europa. Total, si al final echaron a los jesuítas del país... ¡qué más les daría! Ea, como los moros, los moriscos y los judíos: to'l mundo fuera.

En la Plaza de Anaya, abierta en época de ocupación francesa al principio del siglo XIX, después de tirar unas casas que se ve que ocupaban los curas de entonces, la visión del entorno, con el lateral de la Catedral Nueva, el Palacio de Anaya, la facultad y alguna que otra iglesia, es espectacular, sobre todo la parte de la Puerta de Ramos de la Catedral.



Aunque la Catedral Nueva ofrece imágenes tan espectaculares como esta...



...la Catedral Vieja es más medieval, de estilo románico y gótico, con un retablo mayor precioso, del que no permitían hacer fotos, así que aporto una del wikipedia.





Sin embargo, toda esta espectacularidad, para mi gusto, se queda pequeña con la elegancia, grandiosidad, presentación e historia del que, para mi, es el monumento que más me ha satisfecho de la ciudad salmantina: El Convento de San Esteban, de los PP. Dominicos. Si alguien va a Salamanca, sin haberla visto antes, que no se pierda este extraordinario edificio renacentista, una joya a preservar.

Su portada es un absoluto tratado renacentista-plateresco:



Le acompaña, como pórtico, una logia de estilo italiano, sencillo y sobrio, que contrasta con la exhuberante decoración de la portada principal: un complemento visual extraordinario.

Dentro del convento, lo primero que se encuentra es un evocador claustro del gótico tardío, con columnas esbeltas que elevan la vista hacia el corredor superior.



Alrededor de este claustro se abren capillas renacentistas, con enterramientos de personajes conocidos, en los que se puede disfrutar de sonidos medievales e historias de los personajes que allí están enterrados, que nos cuentan su vida o parte de ella, muy distante, eso sí, de la mayoría trabajadora, que no tenía dónde caerse muerto. Supongo que habrá que situarse en el tiempo y en el lugar: qué se le va a hacer, eso ya no lo podemos cambiar.

En la iglesia de este convento se encuentra el considerado como el más colosal de los retablos de José de Churriguera, y ciertamente que lo parece. Como no permitían fotos en el interior, y yo soy tan tonto que suelo cumplir las normas, os pongo la foto que, nuevamente, me la proporciona el wikipedia.



También el coro merece la pena verlo. No es tan espectacular como el de Córdoba o Toledo, pero su sencillez lo hace relevante, si no fuera por los culos que se han posado en ellos, probablemente tan florecidos como las jaras de Sierra Morena en esta época... ¡Quieto! ¡No sigas! Volvamos a lo nuestro.

No quiero dejar pasar algo que me ha llamado la atención: la similitud de parte de la fachada del Palacio de Monterrey con nuestro cordobés Palacio_de_Orive Asumiendo las diferencias dimensionales, creo que se parecen más de lo que se diferencian. ¿No creen?



Si alguien no ha visto Salamanca todavía, que no pierda tiempo y lo haga cuanto antes, porque es una de esas ciudades de las que uno no se olvida nunca, y que promete volver a verla. Una ciudad de filigrana dorada que se ofrece al mundo con sencillez, elegancia y autenticidad.

Termino con unas imágenes de esa filigrana que adorna las calles salmantinas:








P.D. Por cierto, creo que hubo procesiones.