viernes, 4 de marzo de 2016

Conociendo Córdoba. 2. La zona comercial medieval.

Plaza del Potro, lugar de transacciones comerciales en la Edad Media.
INTRODUCCIÓN A LA SERIE:

La serie "Conociendo Córdoba" la componen varios artículos que describen el urbanismo, el caserío y los hitos que uno se puede encontrar paseando por las calles y plazas de esta milenaria ciudad. No se trata de una guía turística propiamente dicha, y de hecho, no está dirigida al turista en sí, a quien emplazo, por otro lado, a contactar con agentes y empresas profesionalizadas del sector, que le darán más cumplida información que esta que aquí se encuentra; sino más bien a aquellos autóctonos y residentes que suelen "pasear y pasar" por estas calles sin detenerse a contemplar con más detenimiento y con más curiosidad el entorno que les rodea. He pretendido dar una información muy sucinta, simplemente interesante, para no caer en la pesadez del exceso de datos, para lo cual procuro colocar algún enlace que lo complete, si el lector considera oportuno. Para un mejor desarrollo de los paseos o rutas, he cuarteado el recinto histórico de la ciudad en tantos cuarteles como paseos he considerado para una mejor comprensión, siendo cada uno de ellos una ruta "circular" con inicio y fin en el mismo punto. Por último, me he permitido la osadía de clasificar con una estrella (*) algunos lugares o sitios concretos donde he creído que merece la pena llamar la atención del lector por su importancia histórica o artística, y siempre bajo mi propio criterio, que no deja de ser un criterio más dentro del mundo de los gustos. No trae esta serie de artículos nada nuevo de lo que ya se conoce, pero pretende ser una herramienta útil y práctica para un mejor conocimiento del entorno histórico-artístico que compone el enorme "casco viejo" de esta ciudad mía, y suya. Espero que les guste.

Capítulo 1: Al-Ándalus, Sefarad y Castilla.
Capítulo 3: Colonia Patricia; del anfiteatro al circo.
Capítulo 4: El Trascastillo y al norte de la castiza Axerquía
Capítulo 5: Santiago, el barrio mozárabe y al-Mugira
Capítulo 6: Fuera del Casco Histórico y algo del término municipal

INTRODUCCIÓN AL CAPÍTULO 2:

He denominado a este capítulo "La zona comercial medieval" pues en la mayoría de las calles que se recorren se situaba en la Edad Media (476-1453) y gran parte de la Edad Moderna (1454-1789), incluso hasta en épocas más cercanas a la nuestra, la actividad comercial más importante de la ciudad, y donde se encontraban los zocos y mercados, las posadas, las tiendas o la mancebía. Pero, además, fue esta una zona industrial de una importancia capital, en la que se agrupaban los gremios, y que hoy siguen dando nombre a muchos de los viales del entramado urbano. Nombres de calles tan sugerentes como Lineros, Vinagreros, Zapatería Vieja, Alfayatas o Bataneros, dan una idea de la importancia de estos oficios en la zona que aquí se recorre. El principal motivo de esta actividad industrial y comercial viene dado por la cercanía de edificios de importancia política y religiosa, con la Mezquita-Catedral como captadora principal, o del río Guadalquivir, pero sobre todo por el paso de la calzada más importante en aquella época, y que, procedente de la Meseta, entraba en la ciudad por la Puerta de Baeza, camino de Cádiz, por las actuales calles de Agustín Moreno, Don Rodrigo, Lineros, Lucano, Corregidor Luis de la Cerda, Plaza del Triunfo y Puente Romano, dirección sur: lo actualmente comparable a la Nacional IV, o Autovía A4. El continuo paso de carruajes y caballerías por esta gran arteria, anima al comercio a crear un entramado de servicios que se ponen a disposición de los transeúntes. Como recordatorio, aunque no se van a hacer referencia a ellos de forma concreta, es conveniente estar pendiente de la posibilidad de disfrutar de algunos de los patios que se puedan encontrar en el paseo sugerido.

2.- LA ZONA COMERCIAL MEDIEVAL.

A finales del siglo XVI, cuando los viajeros que se disponían a entrar en la ciudad de Córdoba desde el sur procedentes de la Campiña llegaban a esta explanada, siempre encontraban algo o alguien que les ponía en conocimiento de la visita fugaz que Santa Teresa de Jesús hiciera a la ermita en 1575, hoy convertida en Iglesia de San José y Espíritu Santo, y que se levanta en un lado de la plaza que actualmente lleva el nombre de la monja. Aunque parte de la decoración de la cabecera de la iglesia corresponde a aquella época, el resto es del año 1952, cuando el Obispo Fray Albino, que tiene estatua propia cerca de la iglesia, la reconstruye para la nueva barriada que allí se está levantando. Muy "semanasantera" es esta iglesia, pero de las varias imágenes que procesionan quizás sean las del Cristo del Descendimiento, obra de Amadeo Ruíz Olmos, la que más valor artístico atesore. De Antonio Povedano son las vidrieras que lucen desde 1983.

Iglesia de San José y Espíritu Santo, en la Plaza de Santa Teresa.
En la Avenida de Cádiz nos dirigimos hacia la zona fluvial por la Calle Altillo, hasta la Avenida de Fray Albino, antiguamente llamada popularmente la Avenida del Colecor. Allí podremos deleitarnos con la vista más conocida a nivel internacional de la ciudad, desde la orilla sur del Guadalquivir, con su caserío y sus iconos formando una composición única y una impresionante imagen monumental (*).

Parte de la fachada de la ciudad desde el sur.
Aquí también podremos observar la extensa vegetación y el vuelo y reposo de una cantidad importante de especies florales, aves y otros animales que viven en el Monumento Natural de los Sotos de la Albolafia (*), único en Europa dentro de un casco urbano. Entre esta vegetación y el río Guadalquivir, se encuentran situados varios de los molinos aceiteros, harineros y de tenerías, de procedencia originariamente romana y muy reformados en época medieval andalusí y castellana, que se encuentran por toda la parte urbana del río. Estos de aquí son los de San Antonio, de Téllez, de Enmedio, y de la Albolafia, del que volveremos a hablar.

Parte de los Sotos de la Albolafia y Molino de San Antonio.
Avanzando hacia el este, muy cerca de allí y mostrando con altivez su presencia, la Torre de la Calahorra (*), cabecera de puente, recinto fortificado medieval, guarda el Museo Vivo de al-Ándalus.

Puerta de entrada al Castillo de la Calahorra (Siglo XIV)
La construcción la convierte Enrique II de Trastámara en fortaleza tras la Batalla del Campo de la Verdad, transformando en castillo las dos torres unidas por un arco de procedencia andalusí que allí había. Cabe destacar de ella lo singular de su planta y aspecto defensivo, y del museo los audios de proclamas filosóficas de varios personajes de la época medieval y diferentes culturas, y las maquetas de la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba antes de la construcción en su interior de la catedral católica.

La reforma del Castillo de la Calahorra, que cegó el paso del puente bajo su arco, obligó a Enrique II a construir un arquillo especial de unión entre el lateral de la fortificación y la única pasarela artificial en muchos kilómetros a la redonda que conectaba con la campiña y los caminos hacia Cádiz, Málaga y Granada.

Puente Romano y Castillo de la Calahorra
Del Puente Romano (*) de la Colonia Patricia Corduba, muy reformado con el paso de los siglos, cabe destacar el ser hijo de la ingeniería romana, algo que muchas veces se obvia injustamente. Con un poco de perspicacia nos podemos dar cuenta de que nada es casual, y que todo tiene un motivo pensado por los ingenieros romanos. El lugar elegido es donde las aguas se remansan después de haber pasado la curva del meandro que forma el Río Baetis en la ciudad; la parte exterior de la cimentación de guijarro permite la fluidez; la pasarela no es recta, sino que forma una leve curva cóncava para "abrazar" la llegada del agua; los tajamares son en punta contra corriente y en zapatilla a su salida para dominar la fuerza y redirigirla. Quizás las necesarias restauraciones que con el paso de los siglos se han realizado hayan restado parte de la apariencia clásica antigua a este puente, pero observando su esqueleto y disposición, solo podemos admirarnos de que más de dos mil años después todavía tengamos la posibilidad de deleitarnos paseándonos sobre sus piedras, recibiendo la brisa generosa que el Baetis o el Wad al-Kebir nos regala en las calurosas noches del verano andaluz. Hoy, su acertada peatonalización, nos ha devuelto a lugareños y visitantes un espacio donde hasta no hace mucho tiempo los vehículos pintaban la calzada con sus neumáticos y soltaban sus humos, pues era parte de la carretera nacional IV que unía Madrid y Cádiz.

Vista suroeste de una parte del Puente Romano.
Hacia la mitad del puente, el cronológicamente primer Triunfo de San Rafael (que en Córdoba se traduce en profílicas estatuas dedicadas al Arcángel San Rafael), es levantado en 1651, para que supuestamente bendijera a todo aquel que por el puente pasara, y que no eran pocos, como se ha comentado en el párrafo anterior.

Triunfo de San Rafael del Puente Romano (Bernabé Gómez del Río, 1651)
Enfrentado a él, un nicho recuerda a los santos católicos Acisclo y Victoria, teóricamente martirizados en época del emperador romano Diocleciano, y que son considerados los oficiales patronos de la ciudad, según esa religión.

Nicho conmemorativo de los Santos Patronos católicos Acisclo y Victoria, en el Puente Romano.
La Puerta del Puente (*), conocida por muchos cordobeses como el Arco del Triunfo, aunque no lo sea (pero sí está cerca del Triunfo de San Rafael más importante de la ciudad, y por eso se le llama así) fue en principio concebida como homenaje al rey Felipe II en 1572, ya que ese año celebraba cortes en la ciudad, pero acaba siendo construida, aunque no terminada (pues le falta el remate de la cornisa superior y que al parecer era de merlones en forma de flor), en 1575, o sea tres años después. Es obra de Hernán Ruíz III, de estilo renacentista, y suple a la anterior puerta romana, denominada de la Estatua, y la andalusí, conocida entonces ya como la del Puente (Bab al-Qantara) Los restos de muralla que hoy vemos son de época imperial romana.

Puerta del Puente (1575)
Tomamos ahora dirección suroeste para buscar uno de los símbolos que componen el escudo oficial de la ciudad desde el siglo XIV: el Molino de la Albolafia (*), de procedencia almorávide (siglo XII), llamado así por pertenecer a un personaje de la época llamado Abu al-Fiyah, y del que podemos ver la reconstruida noria de cangilones de barro y el arranque del acueducto que llevaba el agua a las huertas del Alcázar, y que fue mandado a desmontar por la Reina Isabel la Católica por los molestos sonidos que emitía y que le perturbaban el descanso.

Molino de la Albolafia (siglo XII)
Algo más adelante, bajamos hasta la altura del Guadalquivir por unas escaleras que nos llevan hasta el arrecife-paseo que existe al borde de las murallas del siglo XIV, que protegían al Alcázar. En ellas se pueden ver algunas torres defensivas, como la del Arca, la de Guadalcabrillas o la del Baño y todo el adarve sur de finales del siglo XIV. La plataforma a sus pies corresponde al malecón o al-Rasif del puerto fluvial.

Muralla meridional (Siglo XIV)

Volvemos por el paseo de la parte alta de la muralla, de vuelta a la Puerta del Puente, no sin antes deleitarnos con algunas vistas de la cara sureste del Alcázar de los Reyes Cristianos.
Esquina sureste del Alcázar de los Reyes Cristianos
Allí mismo, adosado al petril que da al río, un curioso antiguo mojón de carretera se ha colocado a la vista del público. Se trata del monolito que indicaba el inicio del Camino a Trassierra.

Monolito indicativo del Camino a Trassierra.
La solemne poesía que Luis de Góngora dedica a su ciudad, queda expuesta desde 1927 en el muro sur del solar convertido en jardín y que fue el lugar donde estuviera el antiguo Hospital de los Ahogados, donde se atendía a las personas que tenían problemas en su relación con el río, entonces más intensa productivamente hablando que ahora, y que hoy soporta al Triunfo Mayor de San Rafael, mirando hacia el río "de arenas nobles, ya que no doradas".

Poema a Córdoba, de Luis de Góngora y Argote.
Una vez alcanzada de nuevo y traspasada la silueta de la Puerta del Puente, nos disponemos a entrar en el moderno edificio de Recepción de Visitantes. En su sótano, y en la terraza que conforman las construcciones que existen a la puerta de él, se encuentran unos interesantes restos de época romana y visigoda de una plaza porticada que aquí había, de la muralla sur de la ciudad y de un aljibe que daba servicio a las instalaciones de esta zona.

Parte de los restos arqueológicos del Centro de Recepción de Visitantes.
En el callejón que sale a la calle dedicada al reconocido Corregidor Luis de la Cerda se siguen viendo restos de construcciones antiguas. Al culminar la subida nos encontramos frente al muro de la quibla de la Mezquita-Catedral (*), en el que destacan unos magníficos contrafuertes para sujetar toda la construcción del desnivel existente, un balcón plateresco del siglo XVI, y un retablo de piedra que indica dónde se encuentra el sagrario.

Muro sureste, con los contrafuertes, balcón plateresco y retablo del sagrario.
Como el resto del edificio ya lo vimos en el capítulo anterior, giramos ahora a la izquierda, por la calle Magistral González Francés, para disfrutar de la fachada oriental de la Mezquita-Catedral, que en esta calle se muestra.

Corresponde a la ampliación de la Mezquita-Aljama que Almanzor comienza en el año 987, y que en este caso, dada la cercanía del río por el sur, y la grandeza artística y arquitectónica con la que Alhakem II culmina su aportación, le obliga física y estéticamente hacia oriente, creando ocho nuevas naves.

Estas fachadas, si bien no proporcionan casi nada nuevo respecto a lo anterior, sí que culminan una función de generalidad estilística, que hacen del edificio una marca única en el mundo. A finales del siglo XIX el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco, cuya obra es alabada por algunos y criticada por otros, realiza, junto con el artista cordobés Mateo Inurria, la restauración de algunas de las puertas de esta fachada oriental, recuperando un conjunto armónico con el resto del edificio.

Siete son las puertas que dan al recinto cerrado desde esta fachada. Comenzando desde el sur, la primera, llamada Puerta de Jerusalem, ha perdido prácticamente toda decoración que nos haga recordar su origen altomedieval, aunque se adivina su composición similar a las más antiguas de la fachada occidental.

Puerta de Jerusalem
Si deteriorada se encuentra la Puerta de Jerusalem, poco menos se encuentra la siguiente a ella, de las mismas características y similar composición, y hoy llamada Puerta del Sagrario, por ser la que da a la capilla de este nombre en el interior del templo. Quizás en esta se podrá aún adivinar la existencia de arcos polilobulados en sus laterales, y las ventanas con celosías. Poco más. Tanto esta Puerta del Sagrario, como la anterior de Jerusalem, no fueron restauradas como las que posteriormente veremos, porque su restaurador no consiguió recopilar toda la información pertinente para hacerla de forma adecuada y rigurosa.

Puerta del Sagrario.
En el siguiente vano se abre la Puerta de San José, llamada así porque detrás de ella se encuentra la capilla católica de su nombre. Es una de las restauradas en 1913 por el equipo de Ricardo Velázquez Bosco y Mateo Inurria, y presenta una gran similitud con las puertas del muro oeste.

Puerta de San José.
La Puerta de la Concepción Antigua (o de la Virgen del Rosario), presenta arcos ciegos trilobulares en el tercer cuerpo, sobre el alfiz, en vez de arcos de herradura, licencia del restaurador antes comentado, que teóricamente basó su decisión en testimonios, recuerdos, dibujos y fotografías para evitar que su restauración fuera inadecuada.

Puerta de la Concepción Antigua, o de la Virgen del Rosario.
La Puerta de San Nicolás, cuya capilla católica está detrás, mantiene los cánones estéticos. Fue también recuperada en 1913.

Detalle de la Puerta de San Nicolás.
En la Puerta del Baptisterio destaca el uso combinado de ladrillo y piedra. El restaurador deja aquí constancia de su anastilosis con unos caracteres cúficos, nombrando al Rey Alfonso XIII como "sultán" en la época de su restauración. La última puerta restaurada por el arquitecto Velázquez Bosco es la de San Juan. De ella sobresalen las ventanas laterales geminadas con arcos de herradura, que son únicas en todo el conjunto.

Puertas del Baptisterio y de San Juan.
Ya en la parte que da acceso al Patio de los Naranjos, se abre la renacentista Puerta de Santa Catalina, obra de Hernán Ruíz el Joven, y de la que destacan los escudos de las enjutas con el relieve del antiguo alminar, antes de ser cubierto por la actual torre, y las pinturas al fresco de los patronos Acisclo y Victoria del cuerpo superior, de Antonio del Castillo.

Puerta de Santa Catalina (Siglo XVI)
Antes de desviarnos hacia el este por las callejuelas del barrio de la Pescadería, vamos a subir un poco hacia el norte, dejando a nuestra derecha el famoso Bar Santos, para encontrarnos con la última de las puertas de la fachada oriental de la Mezquita-Catedral. Se le conoce como la Puerta de la Grada Redonda, y su estilo es barroco churrigueresco, elaborado en el año 1738. Quizás sea ahora también el momento de destacar los merlones, de influencia siria, que rematan los muros de todo el perímetro del edificio. Una decoración típicamente oriental y que es importada a al-Ándalus en este edificio por primera vez en Europa.

Puerta de la Grada Redonda y merlones que rematan los muros.
Regresamos frente a la Puerta de Santa Catalina de la Mezquita-Catedral, para, desde la plazuela que frente a ella se forma, meternos hacia el este en sus callejuelas, que nos llevan a la zona comercial medieval, de la que trata este capítulo.

Al principio de la calle dedicada al músico Cipriano Martínez Rucker, cuya casa estaba en la actual número 5, nos encontramos la Plaza de la Concha. En ella, una antigua y hermosa casa restaurada por el arquitecto Rafael De la Hoz Arderius forma esquina con la de Pedro Ximénez, también llamada del Pañuelo (*), por su poca anchura en parte de ella, similar a un pañuelo de pelo (50 cms), una "barrera" o "azucaque" que desemboca en una plazoletilla con fuente, llamada con ironía de los Rincones del Oro, pues en el siglo XIX era un lugar donde se acumulaban las basuras e inmundicias.

Plaza de la Concha. Al fondo, a la izquierda, la casa restaurada por Rafael de la Hoz.
Calleja de Pedro Ximénez (del Pañuelo)
Volvemos para recorrer, dirección este, la Calle de Martínez Rucker, con algunas casas de interés, como la número 12, que hace rincón, con un ajimez superior adornado en su petril con azulejería y portada adintelada.
Casa nº 12 de la Calle Martínez Rucker.
Al final de ella se nos presenta una interesante portada de entrada a una casa que ocupa parte del antiguo Convento de Santa Clara, del que luego hablaremos, y que en estilo regionalista idea el arquitecto Enrique Tienda, con un arco y merlones en el remate que se asemeja a los de la Mezquita-Catedral.

Casa regionalista de Enrique Tienda.
Desembocamos en un cruce que nos lleva a la hermosa Plazuela de Abades (*), con sus fachadas blancas y tostadas, y el enchinado de su pavimento. En ella estuvo situada la antigua alcaicería árabe, mercado de paños y sedas, pero un incendio en el siglo XVI acabó con ella para siempre, quedando la plaza libre desde entonces. A esta plaza confluyen calles con nombres como Alfayatas o Zapatería Vieja, que denotan su pasado comercial y productivo.

Dos son los edificios que sobresalen de entre los demás en esta plazuela. El primero de ellos, en el lado norte, es la Ermita de la Concepción, construida en 1750, que presenta en su portada pinturas que asemejan mármol, a modo de trampantojo, y que fueron descubiertas en una restauración de principios del siglo XXI. La imagen titular fue encontrada en un muro del Convento de Santa Clara, que veremos más adelante.

Plaza de Abades, con la Ermita dela Concepción y su fachada barroca.
Justo enfrente, en el lado sur, en el número 4, la Casa Cabrera es obra regionalista del arquitecto y político socialista Francisco Azorín Izquierdo, del primer cuarto del siglo XX, y al observarla conviene fijarse sobre todo en la azulejería del petril de las ventanas, los arcos de herradura sobre columnas de la planta segunda, que recuerdan a la Mezquita-Catedral, y el torreón-mirador con merlones sirios con los que culmina la construcción.
Casa de los Cabrera, de Francisco Azorín Izquierdo.
Regresamos por donde hemos venido para dirigirnos hacia el norte por la calle que Córdoba dedica al obispo Osio, donde nos encontraremos con algunas portadas antiguas y patios blancos.

Calle Osio, con algunas de sus portadas antiguas.
Al final de ella, la calle se abre formando una especie de plazuela. Allí se encuentra uno de los edificios menos conocidos, de forma general, tanto por turistas como por los propios lugareños. Se trata de Santa Clara (*), que nació como basílica bizantina dedicada a Santa Catalina en el siglo VI, y que después de pasar por muchas manos a lo largo de los tiempos, hoy se encuentra bajo estudio arqueológico, en espera de una necesaria puesta en valor. En el año 976 se construye en ella una mezquita, de la que hoy podemos ver una de sus puertas que da precisamente a la calle en la que estamos, y el alminar que se halla a la vuelta de la esquina, así como algunos restos interiores y la propia estructura del edificio. Del siglo XVI son los restos mudéjares del convento en que se convirtió, pasándose a llamar de Santa Clara, y del XVIII alguna decoración, pavimentación y, sobre todo, la portada que da a la fachada noreste.
Fachada suroeste de Santa Clara, con los restos de la antigua mezquita.
Al igual que en la Calle Osio, en esta que ahora entramos, y que está dedicada al filósofo y matemático José María Rey Heredia, podemos encontrar también, saliendo hacia la derecha, en dirección sur, además de la fachada noreste de Santa Clara, algunas casas antiguas con atractivas portadas y sugerentes patios, como las números 23 ó 29.

Casa nº 29 de la Calle Rey Heredia.
Volvemos, sin embargo, para dirigirnos hacia el norte, en la misma calle, y tras pasar un ensanche en forma de plazuela llegaremos al cruce con la Calle Encarnación. Aquí, varios puntos son de interés. Lo primero que llamará nuestra atención será, sin duda, otra de las tantas columnas y capiteles que hacen esquina en muchas de las calles del casco histórico de la ciudad. En este caso su procedencia es romana, y hace referencia al magistrado municipal T. Marcello Persinus Marius.

Columna romana en la esquina del Convento de la Encarnación.
Se encuentra apoyado en la fachada del Convento de la Encarnación, fundado en 1509, y del que destaca el relieve de La Anunciación que se observa en la parte superior de la portada principal, de finales del siglo XVI, y atribuido a Hernán Ruíz III, y el recoleto patio del compás. La parte baja de la portada es del año 1758.
Relieve renacentista de la portada del Convento de la Encarnación.
Justo enfrente está el antiguo Oratorio del Caballero de Gracia, que tiene portada barroca de 1752 y nave con cúpula elíptica en su interior.

Portada del Oratorio del Caballero de Gracia (1752)
El tercer punto de interés del lugar, se encuentra en la acera de la Calle Rey Heredia, y se trata del magnífico Palacio del Duque de Medina Sidonia (*), construcción con hermosa portada barroca de 1636, interior mudéjar y patios de estilo clásico. Su ampliación y remodelación, del año 1975, lo dota de decoración con influencia nazarí, y una portada trasera que veremos más adelante en este recorrido.

Parte de la portada del Palacio del Duque de Medina Sidonia (1636)
Continuamos subiendo por la Calle Rey Heredia, por una parte de ella que se estrecha tanto que parece que las paredes de las casas se nos vienen encima. Si volvemos la vista, podremos ver desde una perspectiva más lejana el alminar de Santa Clara, anteriormente comentado.

Alminar de la mezquita de Santa Clara.
Algo más arriba, ocupando una casa con trazas de los siglos XVII y XVIII, se halla el Centro de Arte dedicado al artista contemporáneo cordobés Pepe Espaliú. Merece la pena una parada para contemplar su obra en la exposición permanente, y posiblemente alguna exposición itinerante que se podrá encontrar.

Al culminar la subida de la Calle Rey Heredia, se llega a una confluencia de calles que forman placita, en la parte más alta. Es muy posible que estemos donde se situó la puerta sur de la Urbs Quadrata, o campamento fundacional de la antigua ciudad romana de Corduba, en la época republicana, y que posteriormente, a mediados del siglo I, sería destruida para ampliar la población hasta el actual puente sobre el Río Baetis, convirtiéndose entonces, en la época imperial, en Colonia Patricia. Algunos arqueólogos sitúan también en este lugar uno de los foros que tuvo la ciudad, concretamente el Foro Provincial, aunque esa idea está cada vez menos generalizada, ya que nuevos estudios lo sitúan en el templo de la Calle Claudio Marcelo.

Tomamos la dirección norte por la Calle Ángel de Saavedra, que es el nombre del conocido escritor Duque de Rivas, y que nació en la casa que había antes de la construcción en 1881 del actual Palacio de Carbonell, de estilo "hotel francés", con planta en forma de "U", y que tomó ese nombre al trasladarse a él la familia del empresario de ese nombre en 1909. Destaca la marquesina modernista, de hierro y cristal.

Palacio Carbonell (1881)
Frontero con este palacio está el Convento de Santa Ana, cuya iglesia sigue estéticamente en su fachada las influencias de la Iglesia de Gesú de Roma, con las características volutas laterales. Su interior es barroco, así como la portada de ingreso. Del propio convento destacar el claustro, la escalera renacentista y la loggia del jardín.

Fachada de la iglesia del convento de Santa Ana.
En la esquina de la iglesia está la bocacalle de Alta de Santa Ana, en la que podremos observar el lado norte del convento con su contundente fachada ciega, con un aparejo encalado.

Calle Alta de Santa Ana, con el muro encalado del convento en uno de sus lados.
Al final de ella, la calle se quiebra hacia la derecha, entrando en la llamada Cuesta de Pero Mato, un personaje medieval que era famoso por ser un eminente médico, y también por el lamentable asesinato de su esposa, que al parecer le fue infiel en el año 1575. Triste episodio de violencia machista. La calle, cuyos muros siguen siendo encalados y con pocos vanos abiertos, realiza la bajada por una escalera de decorativo chino cordobés, quebrándose a un lado y a otro, abriéndose y volviéndose a cerrar. Mientras bajamos, cegados por el blanco de las paredes y embriagados por el aroma de las plantas aromáticas que crecen en sus bordes, procedentes de la sierra cordobesa, quizás no nos estemos dando cuenta de que estamos bajando por las gradas del Teatro Romano de Corduba (*) que aquí se situaba.

Cuesta de Pero Mato.
Desemboca esta cuesta en una de las plazas más románticas y hermosas de la ciudad. En la Plaza de Jerónimo Páez (*) hay bastantes cosas que contar, por lo que lo mejor es llevar un pequeño orden en cuanto a la información a desplegar. En primer lugar, a la derecha bajando, la fachada trasera del anteriormente comentado Palacio del Duque de Medina Sidonia, y que también se le conoce como la Casa del Judío. Su decoración neomudéjar da un toque especial a este rincón.

Casa del Judío. Portada trasera del Palacio del Duque de Medina Sidonia
En ese mismo lateral de la plaza, hacia el sur, una columna más de las esquinas de esta ciudad marca los límites de las calles del Horno del Cristo y del pintor Julio Romero de Torres, formando una composición muy peculiar.

Esquina calles Horno del Cristo y Julio Romero de Torres.
Justo enfrente se encuentra la Casa de los Burgos, atractiva construcción modernista edificada en 1890, de la que sobresale su fachada principal, también de estilo "hotel", y en la que se combinan los colores del ladrillo rojo y amarillo, creando formas geométricas idénticas a lo largo del frontal, dándole uniformidad.

Casa de los Burgos (1890)
Regresamos de nuevo a la plaza para deleitarnos, en primer lugar con la altura, grosor del tronco y follaje de ramas de los árboles que dan sus sombras, en especial tres casuarias, o pinos de París. A sus pies se esparcen restos romanos que unos dicen ser del templo de la Calle Claudio Marcelo, otros de una fuente monumental procedente de otro lugar y sita "in loco", y algunos que son piezas del mismísimo teatro de la Colonia Patricia, cuyo escenario se encuentra a solo unos metros por debajo del nivel del suelo que pisamos.

Parte de la Plaza de Jerónimo Páez.
La plaza es conocida de esa manera al dedicarse a uno de los miembros de la familia de los Páez de Castillejo, y que tenían Casa Señorial (*) aquí mismo, donde hoy se ve su portada en uno de sus lados. El palacio mantiene una hermosa fachada renacentista obra de Hernán Ruíz El Joven, construida en 1540, a modo de arco triunfal, y en el interior patios con arcos rebajados conectados visualmente y bonita escalera renacentista, cubierta con artesonado mudéjar.

Esquina de la Casa de Jerónimo Páez (1540)
Tanto la Casa-Palacio comentada, como la nueva ampliación realizada en el lateral norte de la plaza, contienen el extraordinario Museo Arqueológico y Etnológico de Córdoba (*), considerado uno de los mejores de toda España. A la riqueza de su contenido, se suma la de su continente, tanto de la renacentista casa de los Páez de Castillejo (hoy, principios de 2016, pendiente de proyecto de restauración), como los restos del Teatro Romano de Corduba, cuya cimentación y gradas ocupan el recinto, parte puesto en valor, parte pendiente de intervención.

Afrodita Agachada, preciosa estatua romana del museo.
Subiendo por la Calle Marqués del Villar, al girar en un requiebro nos encontramos la sorprendente puerta trasera del Museo Arqueológico, compuesta por una portada de iglesia, de estilo barroco, con columnas salomónicas y mármoles de colores, que el referido museo, que es provincial, colocó aquí tras la desaparición en Lucena de la Iglesia de Santa Ana, de donde procede.

Portada trasera del Museo Arqueológico Provincial.
Al salir a la calle dedicada al historiador cordobés del siglo XVI Ambrosio de Morales, antes de bajar hacia el sur, subiremos unos metros hacia el norte hasta el lugar donde se encuentran física y moralmente enfrentados, en aceras distintas, dos edificios. En la acera de la derecha, subiendo, el denominado Teatro Cómico Principal fue destruido por un incendio en 1892, y a finales de los años 90 del siglo XX fue reconstruido, manteniendo algunos elementos del antiguo teatro, como por ejemplo la fachada ecléctica.

Interior del Teatro Cómico Principal
La mala fama moral que para los católicos ortodoxos suponía en muchos casos la existencia del teatro, sumado al ruido del continuo trajín de personas, hicieron elevar sus quejas a las monjas que en la acera de enfrente ocuparon hasta 1992 el Convento del Corpus Christi, hoy Fundación Antonio Gala. Magníficamente remodelado por el arquitecto Rafael De la Hoz Arderius en 1997, el edificio original es del año 1607, de un tardío estilo renacentista. Se organiza en torno a un gran patio a donde asoman las diferentes dependencias.

Sencilla portada principal del Convento del Corpus Christi (1607)
Bajando la calle hacia el sur arribamos a la Plaza de Séneca, posiblemente el personaje cordobés más universal de la época romana. Y tiene la plaza su nombre porque siempre se le ha atribuido a este el lugar donde se situaba la casa del insigne filósofo, aunque no existen evidencias arqueológicas e historiográficas que así lo justifiquen. Quizás la cercanía o incluso estar dentro del mismo Teatro Romano de Corduba, hayan hecho aflorar desde siempre restos que hayan dado a pensar en la existencia de una vivienda de aquella época. La propia plaza está decorada con un capitel corintio haciendo de pila de fuente, y un togado sobre pedestal. La que se conoce como Casa de Séneca, y que se muestra en el testero occidental, no es si no una casa de principios del siglo XVII, que fue de los Condes de Zamora de Riofrío, con austera portada adintelada barroca de piedra caliza, y un interesante interior, con patio principal de galerías con arcos de medio punto, decorados como las dovelas de la Mezquita-Catedral, sobre columnas toscanas de piedra.
"Casa de Séneca" y parte de la plaza a la que le da nombre.
Continuando hacia el sur, la calle, llamada aquí de San Eulogio, se estrecha y nos lleva hasta una portadita adintelada con un San Rafael sobre ella, que da acceso a un recóndito pasaje con fuente, arco, placita y escaleras, atravesando de esa manera la antigua muralla imperial romana, que aún se puede ver entre las casas de la zona. El pasaje está dedicado a Lucio Junio Anneo Galión, hermano de Séneca y procónsul de Acaya, a quien se le atribuye haber salvado la vida del Apóstol San Pablo. En un tramo de la reconstruida muralla, en este pasaje, un relieve recuerda a la cordobesa familia Annea.

Pasaje de Junio Galión con el relieve de la Familia Annea al fondo.
Al bajar la escalinata del arco del pasaje, estamos atravesando la muralla que separaba la ciudadela romana, medina andalusí y villa castellana, del suburbium romano, el arrabal oriental andalusí (la Axerquía), o el barrio bajo castellano, que no fue amurallado hasta el siglo XI. Iremos hablando de las murallas conforme nos las vayamos encontrando.

Mapa de las murallas de Córdoba (wikipedia)
El caso es que salimos a la que oficialmente se le llama desde 1862 Calle de San Fernando, en honor al rey Fernando III de Castilla, conquistador de la ciudad en 1236, pero que todo el mundo en esta ciudad la sigue conociendo como la Calle de la Feria, por ser donde se instalaba la Feria de Córdoba desde que el Rey Sancho IV de Castilla le concediera dos ferias anuales en 1284; y aquí, en esta calle, en especial una que celebraba el Hospital de la Lámpara, cercano a ella, y que luego comentaremos.

Nos dirigimos hacia el norte por esa misma acera izquierda, cuyas casas esconden tras ellas la muralla romana, y al poco nos encontramos con los restos de la Ermita de la Aurora, una construcción ruinosa cuyo solar se ha recuperado felizmente para el uso y disfrute de los vecinos, donde se hacen exposiciones, se montan mercadillos, se convocan reuniones festivas vecinales o se transforma en cine de verano. Del edificio barroco, que se hundió en 1960, solo queda su portada, y sirve para dar acceso al recinto. Aquí se ve mejor la muralla antedicha.

Restos de la portada barroca de la Ermita de la Aurora. Al fondo la muralla romana.
Unos cuantos de pasos más hacia el norte, pero en la otra acera, se encuentra la Fuente de la Calle de la Feria, con una especial fachada monumental de doble arcada sobre ella, que la hace atractiva. Procede de varias épocas, aunque su caño puede datarse en época romana.

Fuente de la Calle de la Feria.
Nos damos la vuelta en dirección sur, bajando por esta Calle de la Feria o de San Fernando. En la acera ahora de la derecha vamos a dejar sin comentar el Arco del Portillo, para hacerlo más adelante, y sí vamos a tener más en cuenta el arco de la acera izquierda, que es portada de entrada al antiguo Convento de San Pedro el Real, fundado por Fernando III de Castilla en el siglo XIII. De él solo queda la portada, la iglesia y parte de uno de sus claustros.

Portada barroca de entrada al Convento de San Pedro el Real.
Al atravesar el arco entramos en el compás del antiguo convento, hoy en día una coqueta plaza que invita al reposo. En su lado oriental, la fachada de la Iglesia de San Francisco (*), que perteneció al convento. De ella destaca la portada barroca (1731) en mármol gris y dentro de la iglesia la parte medieval del siglo XIII, de la que son el ábside y el crucero, así como sus retablos barrocos e imágenes de la Candelaria, del Cristo de la Caridad, del Cristo de la Oración en el Huerto y del Amarrado a la Columna. Al lado de la iglesia, y algo más allá de la Virgen de los Plateros, copia en azulejo del cuadro del pintor cordobés Antonio del Castillo, se encuentra la que posiblemente sea la calle más estrecha de la ciudad, denominada antiguamente del Crucifijo, por dar en la iglesia en este testero la imagen del Cristo de la Caridad, y que hoy se mantiene cerrada al público por seguridad e higiene.

Compás y portada de la Iglesia de San Francisco, con la Virgen
de los Plateros y la entrada a la Calleja del Crucifijo al fondo.
Del convento, y adosadas a la iglesia, se conservan dos crujías del claustro del siglo XVII (*), con dos plantas de arcos de medio punto, sobre columnas con capiteles toscanos. Junto con la espadaña de diseño serliano y la fuente en el rincón, se muestra un hermoso conjunto.

Parte del claustro rematado por la espadaña.
Por la Calle Huerto de San Pedro el Real, dirección norte, dejamos atrás la Iglesia de San Francisco, aún a sabiendas de que continuamos dentro de lo que en época medieval fuera el interior del antes comentado Convento de San Pedro el Real. La recta alineación de las calles a nuestra derecha nos alertan de su no procedencia medieval, pues se abrieron en el siglo XIX, en el lugar que ocupara la huerta del convento. Al final de la calle giramos a la derecha para bajar por la de Maese Luis, quien parece ser fue un médico o curandero reconocido del siglo XV, y que probablemente viviría en esta calle.

En la casa del número 21, con portada adintelada de austera decoración, se ve la fecha de 1811. Frente a ella, la número 20, posee un hermoso patio que suele participar en el Concurso de Patios que cada año celebra la ciudad por mayo.

Portada de la casa de la Calle Maese Luis, 21
Al llegar al cruce, entraremos primero a nuestra derecha solo unos metros por la Calle de Armas, llamada así por estar en esta calle reunida la mayoría de establecimientos relacionados con la fabricación de armas como cuchillos, navajas, puñales, espadas, alabardas, lanzas y arcabuces. Aquí se encuentra la discreta Ermita de la Consolación con su fachada blanca y su portada de ladrillo pintado.

Calle Armas, con la Ermita de la Consolación.
Ahora sí, hacia el norte, llegamos pronto a la Plaza de las Cañas, que se abre a nuestra derecha, y cuyo nombre procede de ser lugar donde se jugaba, en la Edad Media, a correr toros y hacer justas, y que podría relacionarse con los ensayos previos a los espectáculos que se realizaban en la inmediata plaza mayor, y de la que hablaremos en solo unas líneas. En uno de sus rincones se encuentra la Iglesia del Colegio de la Piedad, en cuya puerta está la estatua de su fundador, el Padre Cosme. El edificio, tanto en su interior como en su exterior es de estética barroca.

Plaza de las Cañas con la iglesia del Colegio de la Piedad al fondo.
Continuamos dirección norte, observando las casas de nuestra izquierda, algunas de ellas con exteriores o interiores destacables, como la número 6, hoy, como tantos establecimientos de la zona desde hace tantos siglos, dedicada a hospedar a los visitantes de la ciudad. Su portada nos demuestra su antigüedad.

Casa número 6 de la Calle Sánchez Peña
Al salir a la Plaza de la Corredera (*) desembocamos a la gran plaza comercial de la ciudad durante siglos. Y no solo eso, sino también lugar de espectáculos taurinos, autos de fe de la Inquisición, proclamas políticas o castillos de fuegos artificiales. Conocida también como la Plaza Grande, la Corredera tiene su denominación por ser lugar donde se hacían las corridas de toros, y su aspecto actual se debe a la regularización y reforma que el arquitecto salmantino Antonio Ramos y Valdés diseña en 1683, formando planta rectangular, aunque deformada. Pensada para asistir a los espectáculos públicos, de ahí la cantidad elevada de balcones, tan solo rompen la armonía dos casas, ambas del siglo XVI; la Cárcel y también Casa del Corregidor, hoy mercado dedicado al empresario José Sánchez Peña, quien tuvo aquí su fábrica de sombreros en el siglo XIX, y que la construyó Juan de Ochoa en 1586; y las Casa de Doña Ana Jacinta de Angulo, en esa misma acera, llamada así por ser su propietaria, y que consiguió que no se la derribasen cuando la reforma de 1683, lo que hizo que la plaza no quedase uniforme en su diseño. El Pósito de la ciudad, que no presenta fachada especial a la plaza, se encuentra semi escondido en el ángulo sureste, entre la cárcel y el arco de la parte baja. Fue construido en 1536 para almacenar el grano municipal.

Plaza de la Corredera (Siglos XVI y XVII) vista hacia su lado oeste.
Sencilla portada adintelada del Pósito tras el puesto de flores.
La plaza tiene la peculiaridad de ser la única plaza mayor cuadrangular de tipo castellano existente en Andalucía. Bajo sus pórticos aún subsisten algunos de los famosos anticuarios que mantuvieron sus negocios aquí desde hace decenas de años. Recientes estudios barajan la posibilidad de que en ella estuviera parte del graderío sur del Circo Romano de Corduba, y en los años 60 del siglo XX se encontraron aquí los magníficos mosaicos romanos que hoy lucen en el Alcázar de los Reyes Cristianos. Se hallaron en plena demolición del mercado que ocupó su parte central desde el siglo XIX. En su testero este una estrecha callejuela llamada del Toril nos indica el lugar que servía de salida a los toros que se lidiaban en la plaza, y el arco noroeste (llamado arco alto, cuando en realidad es el más bajo de los dos; otra de las típicas y curiosas contradicciones de esta ciudad) se conecta con la calle por todos conocida como de Las Esparterías, por ser el lugar donde el gremio de artesanos del esparto situaba sus fábricas-tienda. Nos dirigimos, sin embargo, hacia el arco bajo, o sea, el sureste.

Anticuario en el pórtico del lado este.
Al salir a la plazuela del Socorro, la portada barroca de la ermita de esta advocación la tenemos a nuestra izquierda. Es de la época de la Plaza de la Corredera (siglo XVII), pues antes daba a ella, y tras la reforma, variaron su orientación. En su interior, presidiendo un retablo barroco, la venerada imagen de la virgen con el niño en brazos.

Parte de la fachada de la Ermita del Socorro (Siglo XVII)
Unos metros más adelante otra de las casas regionalistas de Azorín Izquierdo es la conocida como Casa de Pérez Barquero, que sobresale de entre las demás.

Casa de Pérez Barquero, de Francisco Azorín Izquierdo.
Antes de llegar a la recoleta Plaza de la Almagra, giramos a la derecha por la calle del periodista liberal Carlos Rubio, que también se la conoce como la Calle del Baño, por unos baños árabes que se sitúan en los números 8, 10 y 12, aún no puestos en valor y muy desconocidos por la mayoría de la población.

Foto de una curiosa decoración floral de una casa de la Calle Carlos Rubio, y que no es la casa de los baños.
Al final de la calle volvemos a torcer hacia la derecha para entrar de lleno en la Calle de los Lineros, dedicada al gremio de los trabajadores del lino que se agrupaban en ella. En la acera izquierda nos encontramos el conjunto de casas que conforman el conocido Restaurante Bodegas Campos. A la calle, dos portadas, una de ellas con guirnaldas en el entablamento, denotan su antigüedad, y en el interior se alternan salones y patios junto con las botas de vino firmadas por personajes populares. Enfrente, haciendo esquina con la Calle Candelaria, un altar de 1801 dedicado a San Rafael y a los patronos Acisclo y Victoria nos presenta una imagen pretérita que era muy habitual en las calles de la ciudad por aquella época.

Calle Lineros, con Bodegas Campos y el altar de San Rafael, Acisclo y Victoria.
Una calleja sin salida a nuestra izquierda es llamada de Vinagreros por hacer referencia a otro gremio, y en una casa de esa misma acera una placa recuerda que allí vivió el poeta Ricardo Molina.

Aunque hoy en día en esta calle se respira cierta tranquilidad, en la Edad Media, y hasta no hace tanto, era probablemente la más transitada, pues estaba en el eje que atravesaba la ciudad y comunicaba los caminos que iban a La Meseta por un lado, y a Sevilla y Cádiz por otro. Era el llamado Camino Real. Y el lugar de mayor actividad mercantil y social se situaba unos pasos más adelante, adonde ahora llegamos: La Plaza del Potro (*), que ya la nombrara Miguel de Cervantes en sus obras, pues no en vano conocía bien ya que estuvo viviendo un tiempo en una de las calles que dan a ella.

Al llegar a la esquina con la dicha plaza, a nuestra izquierda una calle peatonal con naranjos a los lados, repleta de mesas de bares y restaurantes, y dedicada al pintor Enrique Romero de Torres se sitúa en el lugar donde desde la Alta Edad Media ocupara el edificio de la Mancebía, en el que se ejercía la prostitución de manera legal, reglada y sanitariamente controlada por el Estado. Tan solo una estrecha callejuela la conectaba con la zona ribereña. También en este lado existía una antigua posada que no es de extrañar que tuvieran relación.

Varios puntos de interés nos llaman la atención de esta Plaza del Potro a la que nos disponemos a entrar desde el lado sur. En primer lugar, el Triunfo de San Rafael que aquí se sitúa mirando hacia la plaza, obra de Michel Verdiguier, del año 1772. Llama también la atención el pavimento, magníficamente restaurado en el año 2010, y compuesto de losa de granito lisa, cortada irregularmente de forma manual. Se ha mantenido el original.

Plaza del potro, con el pedestal del Triunfo de San Rafael en primer plano.
En la acera izquierda, la de poniente, tras una discreta fachada encalada, está la Posada del Potro (*), antiguo edificio del siglo XV, único representante de los seis mesones medievales que existían en la plaza, que aún mantiene su carácter estético de la época, y en el que se desarrolla el Museo y Centro de Flamenco Fosforito, en homenaje al cantaor de Puente Genil.

Posada del Potro (siglo XIV)
Presidiendo la plaza, la que probablemente se puede considerar como la más hermosa de las fuentes de esta ciudad, y que da nombre al entorno urbano en el que nos encontramos. La Fuente del Potro (*), obra renacentista del año 1577, es emblema del carácter mercantil del lugar, donde se cerraban compras y ventas de ganado caballar.

Potro que corona la fuente y la plaza de su nombre.
En el lateral oriental, el Hospital de la Caridad, fundado por los Reyes Católicos en el siglo XV, y con fachada gótica en la parte norte de la fachada, alberga dos importantes museos de la ciudad, a los que se accede mediante una portada neogótica cercana a la fuente.

Hospital de la Caridad (Museo de Bellas Artes y de Julio Romero de Torres)
El Museo de Bellas Artes de Córdoba tiene aquí un evidente problema de espacio que en este momento (año 2016) se encuentra en una difícil solución, aunque existe la intención futura de llevarlo a un solar cercano a la Torre de la Calahorra, en la orilla izquierda del Guadalquivir. De la pequeña parte que se expone, por esa falta de espacio comentada, cabrían destacar las obras de Zambrano, Valdés Leal, Palomino, Antonio del Castillo, Pablo de Céspedes, Botí o Mateo Inurria.

Un recoleto patio con fuente central y obras escultóricas en los laterales, separan el Museo de Bellas Artes del Museo de Julio Romero de Torres (*). Tras una fachada barroquizante en la que fuera su casa, decorada con un trampantojo exuberante y colorido, la obra que en el interior se guarda del pintor cordobés sobrepasa fronteras y su mensaje que muestra la sociedad de su tiempo es una denuncia de la desigualdad de género, económica, religiosa y cultural que culmina en sus cuadros con elegante y sutil expresión. Nadie debería pasar por Córdoba sin pararse a disfrutar de las pinturas que se exponen en este museo, y ningún cordobés debería de dejar de pasar mucho tiempo sin volver a disfrutar de unas pinturas en las que de fondo siempre se encuentra su ciudad.

Fachada del Museo de Julio Romero de Torres. 
Vamos a dejar esta hermosa plaza por su lado noroeste, por la calle que durante siglos se llamó de la Sillería, por los trabajadores que de este oficio se juntaban en ella, (en esta calle por un tiempo estuvo viviendo Miguel de Cervantes), y que posteriormente decidieron con justicia dedicar a Rafael Romero Barros, director del anteriormente comentado Museo de Bellas Artes, y padre y maestro de sus hijos Rafael, Enrique y Julio, convirtiéndolos en los grandes artistas que luego llegaron a ser.

Desembocamos en la ya comentada con anterioridad Calle de la Feria, encontrándonos de frente con una interesantísima edificación de época medieval (siglos XIV-XV): la Casa-Palacio de los Marqueses del Carpio (*), una vivienda que tiene dos entradas por calles distintas. Desde aquí, el acceso con torre rompe la muralla romana, y nos permite observar el  patio-jardín, y la parte trasera del torreón medieval que en pocos metros veremos de nuevo. En su interior, hoy privado, destacan los magníficos restos de una villa romana, y las obras de pabellones y espacios interiores de inspiración neomudéjar, obra del arquitecto Casto Fernández-Shaw.

Casa de los Marqueses del Carpio desde la Calle de la Feria.
Hacia la derecha subimos para encontrarnos en el cruce que ya hemos estado antes en este paseo, pero en vez de dirigirnos a la derecha por el arco del Convento de San Pedro el Real, hacia San Francisco, como antes, ahora lo haremos hacia la izquierda, donde intentaremos pasar por los restos que han dejado de un antiguo precioso rincón llamado Arco del Portillo. Construido en el siglo XIV sobre la muralla romana para unir las dos partes amuralladas de la ciudad (la Villa y la Axerquía), se compone de un sencillo arco de herradura ligeramente apuntado.

Arco del Portillo (S. XIV)
He dudado qué foto poner del Arco del Portillo, pero al final me he decidido por mostrar el lamentable estado de abandono en el que se encuentra hoy (enero de 2016) tras las terribles decisiones políticas que lo mantienen así desde el año 2013. Espero que pronto se recupere, según las noticias que se oyen últimamente.

Al subir la cuesta, en el cruce de calles, giramos a la izquierda para entrar en la conocida Calle de las Cabezas. Su nombre se debe a la famosa Leyenda de los Siete Infantes de Lara, crónica de los antiguos textos medievales, y que en el siglo XIX hiciera más conocida el escritor cordobés Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, con su obra El Moro Expósito (1834) Y el motivo de llamarle de esa manera lo conoceremos más adelante, al recorrer la estrecha callejuela de antiguo trazado.

Aunque el caserío parece estar compuesto por viviendas simples y sin nada que destacar, lo cierto es que tras sus fachadas esconden estancias con antiguas construcciones y hermosos patios. Una de ellas es la denominada Casa de Góngora, antiguo Archivo de Protocolos, que no fue la casa del famoso escritor, pero que sí dedica una exposición permanente y es lugar de estudio del insigne poeta Luis de Góngora. Tras su sencilla portada adintelada se abre el patio principal con galerías con arcos de medio punto y una escalera monumental, todo del siglo XVII.

Casa nº 3 de la Calle Cabezas (Siglo XVII)
Siguiendo por la misma calle hacia el sur, inmediatamente se abre a nuestra izquierda una placita a la que se muestra la fachada-torreón de la anteriormente comentada Casa-Palacio de los Marqueses del Carpio. De ella cabe destacar la decoración gótica y mudéjar de los balcones y la portada principal, adintelada y con dovelas. Desde esta puerta se accede al interior mediante un patio claustrado, que fue el antiguo patio de armas. El torreón, realizado con aparejo a soga y tizón, se impone con mucha personalidad en el entorno recoleto de la calle.

Fachada noroeste de la Casa-palacio de los Marqueses del Carpio.
Al poco, en la acera de la derecha esta vez, una reja impide la entrada a la Calleja de los Arquillos donde, como la placa que se halla en el exterior nos recuerda, estuvieron expuestas al público las cabezas de los Siete Infantes de Lara, a cuya leyenda ya hemos hecho referencia antes, y que precisamente por ese motivo da nombre a la calle que estamos recorriendo.

Calleja de los Arquillos.
Justamente adosada a esta callejuela, donde supuestamente estuvo encerrado uno de los protagonistas principales de esta leyenda, una antigua casa, con reminiscencias andalusíes, acoge al precisamente llamado museo de la Casa de las Cabezas, con una bonita decoración que recrea las estancias de la época.

Interior de la Casa de las Cabezas
Al finalizar la Calle Cabezas giraremos a la izquierda para entrar en la Calle de los Caldereros, que denota la existencia en ella de trabajadores de este gremio aquí. En ella la casa número 3, con doble portada barroca, mantiene aspecto de ser de entidad, y quizás sea la que perteneció a la familia de los Jurado.

Casa calle Caldereros, nº 3
Desembocamos a una pequeña plaza que se forma en el cruce de calles, y que vuelve a salir del recinto de la Ciudadela, Medina o Villa, rompiendo la muralla hasta el principio de la Calle de la Feria. En este lugar, y escondida entre las casas, como la muralla, parece que se encuentran los restos de la antigua Porta Piscatoria o Puerta de la Pescadería, de época romana, en la parte final del decumano que hubo más al sur, y que daba acceso a una gran plaza donde se encontraba el mercado de pescados. Luego también tomó el nombre de Bab al-Hadid (Puerta de Hierro) y Bab Saraqusta (Puerta de Zaragoza), y con los siglos Arco de Calceteros, como también se le conoció.

No llegamos a "salir" porque nos dirigiremos hacia la Calle de Amparo, observando al fondo la portada, que es lo único que queda, de la Ermita de Amparo, la que da nombre a la calle y que era parte del antiguo Hospital de la Lámpara, fundado en el siglo XIII por el gremio de calceteros, antes nombrado en su calle, especializado en la curación de enfermedades venéreas, pues no lejos se encontraba la Mancebía, como ya vimos, y que hoy es un solar que ocupa parte de la antes mencionada Plaza romana de pescados y Puerta Piscatoria.

Ermita de Amparo
Siguiendo por la plazuela con fuente hacia el oeste, la calle se estrecha y desemboca en otra plazuela también con fuente, y formando esquina la elegante fachada barroca de la Casa de los Cueto, compuesta por portada barroca de piedra, adintelada con frontón partido y balcón con escudos de armas en los laterales. En su interior un solo patio estructura las dependencias a su alrededor.

Casa de los Cueto (siglo XVIII)
Continuando dirección oeste, hacia la mitad de la Calle Cara, llamada así por un cuadro del Divino Rostro que hubo en ella, se encuentra una estatua pequeña, cuyo autor desconozco, con unos versos del poeta cordobés Ibn Suhayd (992-1035), que hace referencia a un baño, precisamente en un lugar donde se encuentran los conocidos como Baños Árabes de la Pescadería, que están siendo objeto de estudio en la actualidad.

Estatua del baño de la Calle Cara
Algo más adelante, en el número 5, sobresale la fachada y torreón de una casa señorial de estilo barroco, en la que se combinan el ladrillo visto con el enlucido. En su interior, dos patios quedan separados por una galería de estilo mudéjar.

Casa nº 5 de la Calle Cara (Siglo XVIII)
Por el lateral de la casa la calle se estrecha aún más hasta llevarnos a la Plaza de la Alhóndiga, llamada así por haber estado en ella el edificio donde se almacenaba y se comerciaba el trigo, y que en la Edad Media tenía ese nombre de referencia andalusí. En un rincón llama la atención la portada circular que el arquitecto Azorín Izquierdo diseñó para la Casa del Pueblo de Córdoba, y que se terminó de construir en 1930, aunque el proyecto es de 1917.

Plaza de la Alhóndiga y singular portada de la Casa del Pueblo (1917)
Saliendo de la plaza por la primera de las bocacalles que dan a la Calle Corregidor Luis de la Cerda, nos asomamos a la entrada de la Calle Alfayatas, cuyo peculiar nombre, de origen andalusí, hace referencia a las trabajadoras (entonces eran solo féminas) de las telas, es decir, a las hilanderas o costureras, y que en esta zona tenían gran representación de este oficio, y que se encuentra entre la alhóndiga (comercio del trigo) y la alcaicería (comercio de telas).

Calle Alfayatas.
La Calle del Corregidor Luis de la Cerda tiene, desde su encuentro con la Mezquita-Catedral hasta su final en la antes comentada Puerta Piscatoria, muchos puntos hosteleros de interés, como tiendas de recuerdos, tabernas, restaurantes, baños,... En dirección oeste llegaremos hasta la esquina sureste de la Mezquita-Catedral, donde giraremos hacia el sur, hacia el río, por la Calle Caño Quebrado, denominación que viene de ser uno de los lugares de evacuación de aguas pluviales y fecales desde tiempos remotos.

Hemos salido al borde del Guadalquivir, ese río que vertebra una gran parte de la Comunidad Autónoma de Andalucía, que unas veces se muestra reposado y tranquilo, y otras agitado y violento. Para evitar las consecuencias de estos últimos estados de ánimo del río, la ciudad decide construir una muralla protectora a finales del siglo XVIII, pero no se acaban las obras hasta los años 60 del siglo XX. Por este motivo, aún hoy, los cordobeses, cuando algo tarda mucho en hacerse, recurren a la frase "va a tardar más que la obra del murallón", una expresión que ya se usaba a finales del siglo XIX. Pues bien, estamos en este momento pisando el relleno del murallón de defensa contra las avenidas del Río Grande, y vamos a recorrerlo en dirección este hasta llegar a la confluencia del Puente de Miraflores con la Calle de la Feria.

Allí, una plaza mantiene en su centro una cruz conmemorativa, construida en 1927 en el lugar donde hubo otra desde 1473, y que la colocó la hermandad del Convento de la Caridad (hoy Museo de Bellas Artes y de Julio Romero de Torres), con motivo de la matanza de judíos ocurrida ese año tras los sucesos durante la procesión de la virgen. El lugar se conoce como el Rastro, según unos porque aquí se celebraba mercado popular, o según otros porque hasta aquí llegó el rastro de sangre de la dicha matanza.

La Cruz del Rastro, reconstruida en 1927
Por el Puente de Miraflores vamos a cruzar el río hacia el sur, hacia su margen izquierda, aprovechando para observar desde él la parte del meandro que da a la zona oriental, y que veremos en paseos posteriores.

Vistas de la zona oriental desde el Puente de Miraflores.
Vamos en dirección hacia unos jardines que se ubican en el mismo lugar que ocupara el Arrabal de Saqunda, cuyos restos arqueológicos todavía nos afloran por la zona (aunque el tratamiento que las autoridades locales les están dando es más que irrespetuoso, vejatorio), y donde ocurriera la famosa revuelta que el emir Alhakem I sofocara de la manera más cruel. En el momento que escribo esto, solo una parte de la cimentación de algunas casas se han mantenido cercanas al edificio que la Junta de Andalucía ha construido en la zona con el nombre de Centro de Creación Contemporánea de Córdoba.

Restos del arrabal de Saqunda en el C4
Fin del segundo capítulo (La zona comercial medieval), de la serie Conociendo Córdoba.

Recorrido propuesto.
Todas las fotos son del autor, salvo las que oportunamente se indican.

1 comentario:

MariÁngeles Ortiz dijo...

Hola José Manuel. Me ha encantado tu trabajo, pero tengo una pregunta. Cuando hablas de la plaza Abades, hablas de la alcaicería árabe... Sin embargo también hablas de la alcaicería cuando hablas de la Alhóndiga , en la calle cardenal Gonzalez... ¿Es que hubo dos Alcaicerías?
Quiero escribir sobre ella y tenía entendido que estaba situada en Cardenal Gonzalez y llegaba como a Martinez Rucker


Un saludo