sábado, 8 de marzo de 2014

¿Cómo describir la Alhambra?

La Alhambra, vista desde el Albaycin
Después de un atento saludo y un abrazo de amistad, Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán montó sobre la grupa de su caballo en la plaza de armas de la Alcazaba, y levantó levemente el brazo a modo de despedida, dirigido al rey nazarí Boabdil, enviándole al mismo tiempo una sonrisa de complicidad. Cuando sus dos guardaespaldas se situaron a sus flancos, ordenó con un gesto la marcha, camino de la salida.

No era la primera vez que atravesaba aquella Puerta Roja, pues siendo, como era, embajador y negociador de paz o guerra con los moros, pudo pisar en varias ocasiones los suelos marmolados y policromados del palacio nazarí, disfrutar de sus vistas, y retozar entre sus muros, entre acuerdo y acuerdo, mientras sonaban acordes árabe-andalusíes

Puerta Roja (actual Puerta del Vino) desde dentro
Al salir de la Puerta Roja, detuvo la comitiva, se bajó del caballo y se dirigió al ambigú allí habilitado para tomar un café de máquina. No era un Nespreso, pero estaba bueno o, al menos, calentito. Bajó por las escaleras interiores y, después de guardar la cola correspondiente, alivió su vejiga. Le "daba cosa" pedírselo al rey Boabdil, así que tuvo la pertinente paciencia para esperar y hacerlo fuera de tan excelso palacio. Al volver a su caballo, reculó su mirada para deleitarse con la fina decoración exterior de la antedicha puerta.

Puerta Roja (actual Puerta del Vino) desde fuera
La bajada hacia Granada no fue fácil. La Cuesta de Gomérez (¡vaya nombre!, ¡como se entere Boabdil!) tiene una pendiente del chorroquecuántos por ciento, así que había que tirar de la grupa para retener la caballería. Una vez abajo, la Plaza Nueva estaba llena de desempleados buscándose la vida. Una plaza muy animada.
Plaza Nueva
Don Gonzalo y su comitiva se detuvieron a la salida de la calle Gomérez y entrada a Plaza Nueva para sopesar la situación. Decenas de parados tomaban la plaza, y unos cuantos de carricoches de hierro y ruedas neumáticas reposaban en zonas estratégicas ante la atenta mirada de la policía local de Granada. La tensión se hizo extrema, y Don Gonzalo se sintió en la necesidad de tomar una determinación. ¿Qué hacer ante semejante estado? Su educación militar castellana le llamaba a desenvainársela y ponerse a cortar cabezas y preguntarles luego qué estaban haciendo, pero se acordó de Boabdil y de su "misión", así que se contuvo, avanzó, observó, analizó, y decidió "darse una vuelta".

Don Gonzalo Fernández de Córdoba y sus guardaespaldas giraron a su derecha para dirigirse a la Carrera del Darro, pero la policía local les detuvo.

- Buenos días, lo siento pero no pueden pasar con sus caballerías por esta zona. Está restringida al transporte público y "vehículos autorizados".

- Poseo visado del propio rey Boabdil. -dijo con desdén Don Gonzalo, al mismo tiempo que hacía un gesto de petición a su guardaespaldas de entregarle el documento que le acreditaba. Cuando lo hubo cogido, se lo entregó al policía municipal, sin mirarlo.

El policía agarró el papiro, tan grande como una cartulina de colegio, lo desenrolló sobre el capó del coche, y lo intentó leer.

Inscripción en una pared del Patio de Los Leones
- Bueno, señor Mawlana Alsultan ibn Abdallah... ¡bi Allah!, usted sí que tiene acceso, pero no sus acompañantes. Esto es zona restringida.

El Gran Capitán hizo un gesto de aprobación. No en vano era un experto en negociaciones.

- Volved a Santa Fe. Yo iré más tarde. -ordenó.
- Señor, puede ser peligroso.
- Sé moverme por esta ciudad. No tengo miedo, mi espada me acompaña. Obedeced.

Sus guardaespaldas se retiraron, camino de Santa Fe, y Don Gonzalo se propuso disfrutar del entorno, así que se dirigió hacia la Carrera del Darro, con trote borriquero y altiva pose. La mezquita de Al-Mansura fue lo primero que le llamó la atención. Se abría a la Plaza Nueva con llamativa exposición.

Mezquita de Almanzora, hoy Iglesia de Santa Ana
Al poco, el Darro, aquel que en su Poema "A Córdoba", Luis de Góngora, con nostalgia de su tierra, llamara Dauro.

Río Darro
Subiendo la Carrera, Don Gonzalo tuvo que hacerse a un lado para dejar paso a aquellos carricoches de hierro y ruedas neumáticas, que achuchaban con prepotencia a los desempleados hacia los lados de la calle. Sintió deseos de sacar su espada triunfadora, pero se detuvo en sus instintos, sabedor de que era extranjero en tierra extraña. Se hizo a un lado y balbuceó improperios hacia sí.

Invasión de vehículos de hierro y ruedas neumáticas
En sus pensamientos estaba cuando de repente salió a su paso una mirada conocida. Con sonrisa "profident"; aquel elemento soltó una carcajada y gritó: "¡Guunssalo, Guunssalo! ¿Qué tasiendo tú aquí, en Graná?"

Don Gonzalo se estiró y puso en guardia en principio, pero cuando reconoció a su amigo Muhammad ibn Said, saltó del caballo y se dirigió a él para abrazarle.

- ¡Príncipe, cuánto tiempo! -gritó Gonzalo.
- Ja, ja, ja,... Guunssalo, toavía me llamas prínsipe?
- Claro, amigo. ¿Qué es de tu vida?
- Bueno, sigo vivo. Me mantengo aquí, en el Albaycin, esta especie de ciudad que vive de lo sobrante de nuestros reyes, allí en lo alto, ellos,  separados de nosotros por el Darro.
- Pero, te veo bien, hueles bien, se te ve bien.
- Es que vengo del Bañuelo, que no hay mejor forma de hacerse feliz que sentirse uno limpio.
- ¡Cuánto anhelo los baños de Córdoba!
- Vente, Gonzalo. Este hamman te va a satisfacer. Ven conmigo.

Entrada a El Bañuelo
Después de despedirse de su amigo Muhammad, Don Gonzalo recorrió las callejuelas del Albaycin, que le recordaban al barrio de la Mezquita de Córdoba. Comió rápidamente cualquier cosa mientras se alimentaba de las vistas y aromas de la ciudad nazarí. Aquellas montañas nevadas fueron el postre y la merienda. Las estrechas calles y el agua de lluvia bajando por ellas supusieron el licor que redime y apacigua la comilona.

Al pasar por la Puerta de Elvira, Don Gonzalo se vuelve a hacer altivo, saca de sí su simiente militar y su lealtad a sus pagadores le incitan a ser fiel a su misión.

- Esta puerta es fácil. -piensa.

Puerta de Elvira
Atrás deja Granada.

Atrás deja amigos y entornos familiares.

Se dirige a Santa Fe.

Cuando llega, Gonzalo se siente extraño. Se intenta situar, pero todo es distinto a su ser, a lo que le pide su alma.

El campamento militar que los reyes de Castilla y Aragón han montado en Santa Fe se muestra frío, escandinavo, gótico y germánico. Sin embargo, su alto nivel de lealtad le hace mantener su serenidad.

Los reyes de Castilla y Aragón han creado una especie de ciudad cuadriculada, en medio de la cual se alza el pabellón central de sus majestades, donde se toman las decisiones y se reciben las audiencias. Un ujier le abre las cortinas que dan acceso a la jaima donde se supone que están los reyes esperándole.

Al entrar, lo primero que le llama la atención a Don Gonzalo es el olor.

Después de visitar la Alhambra y Granada, donde los olores a especias, jabones y tés lo inundan todo, entrar en aquella estancia con olor a ... ¿humanidad?... con olor a... pescadería con pescados en mal estado... a gambas y mejillones... el estómago se le rebota.

Don Gonzalo tuvo que reprimir un ansia, y recompuso su altivez.

Hizo una reverencia y esperó a las órdenes.

- Levantaos, Don Gonzalo, subid vuestra mirada y poneos cómodo.

Gonzalo Fernández de Córdoba  hizo lo posible por levantarse sin llevarse los dedos a la nariz.

- Servidor de Vuestras Excelencias -dijo solemnemente mientras miraba aquella oscura estancia, solo iluminada por una exigua candelería cercana a una imagen de la Virgen en el fondo de la habitación.

El Rey ordenó al servicio que abandonara el lugar, observando cuidadosamente el rítmico movimiento de los glúteos de una de las sirvientas que, sabiéndose observada, exageraba en cierto modo su retirada. Al atravesar la cortina, la sirvienta volvió su cabeza para hacerse con la mirada del rey, para comprobar que había sido vista. El rey sonrió.

La reina Isabel, que se había dado cuenta de todo, intentó quitar hierro a la cosa, y se dirigió al Gran Capitán.

- Bueno, Don Gonzalo, ¿qué habéis conseguido de Boabdil?

- Más bien poco, Majestad. El rey Boabdil no es ya sí, sino una marioneta en manos de su madre Aixa. Él no dirige ya los destinos de su reino, y está asustado y huidizo.

- ¿Habéis conseguido algún trato con él? ¿Le habéis dicho que los reyes de Castilla y Aragón son magnánimos y pretenden la libertad religiosa y jurídica de su reino a cambio de su sumisión?

- ¡No! -exclamó la reina- Primero quiero que me describáis el lugar. Ese palacio que desde Santa Fe se ve como un nido de palomas posado sobre un pastel de calabaza, rodeado de plantas de lavanda y coronado de gotas de leche. Quiero primero saber cómo es aquel lugar.

Gonzalo elevó su mirada y semicerró sus ojos, intentando recordar. Suspiró, y sonrió.

- Majestad, -dijo- Quizás sea la misión más difícil que me habéis encomendado. Describir la Alhambra resulta casi imposible. Porque la Alhambra no es solo un palacio, no son solo sus jardines, sus torres o murallas. La Alhambra tiene olores, tactos, sonidos, temperaturas, emociones, sensualidad, humanidad, poesía,... ¿Cómo describir la Alhambra?

El Generalife
- ¿Cómo describir la Alhambra, Majestad? Un palacio deslumbrante, hecho expresamente para deslumbrar, para disfrute de la vista y de todos los sentidos. Donde lo importante es la emoción...

Palacio de Comares
- ¿Cómo describir la Alhambra, Majestad? Todo está hecho para verlo, para observarlo...

Patio de los Arrayanes
- ¿Quién aquel que visita la Alhambra no se acuerda de sus olores? ¿Quién aquel que visita la Alhambra no se estremece con sus formas, sus mocárabes, su suelos policromados, sus cúpulas que invitan a observar el infinito? La estrella de ocho puntas,... una y otra vez.... siempre presente...
Mocárabes entre cúpulas.
- ... sus inscripciones cúficas y ataurique incrustadas en sus paredes... Uno, Majestad, qurtubano como es, no deja de rememorar cómo sería la ciudad de al-Zahra, en Córdoba, cuando los castellanos pagaban tributo a los andalusíes, si esta maravilla que hoy vemos, fue construida cuando eran ellos los que pagaban los tributos a los castellanos. Si es así sin recursos, ¿cómo no sería aquello con abundancia?

Decoración de ataurique
- Don Gonzalo -interrumpió Fernando de Aragón- Parece que os habéis enamorado de la Alhambra. ¿Acaso olvidáis quién os paga?.

El rey aragonés comenzó a sentirse ofendido.

- Ese palacio será vuestro y de vuestra excelsa Majestad, vuestra esposa, reina de Castilla. Y es eso lo que yo pretendo. Pero eso no quita que sepa valorar lo que en aquel promontorio rodeado de ríos y protegido por las nieves de las montañas nos muestra, y así os lo debo hacer saber.

Fernando sacó de su túnica un cigarrillo electrónico, pulsó varias veces el botón, y comenzó a vapear ininterrupidamente, mirando fijamente a los ojos del cordobés.

- Seguid describiéndonos aquel "nido de águilas" que la reina y yo pretendemos conquistar... ¡seguid!

Gonzalo Fernández de Córdoba, ese Gran Capitán que tanto dio al rey Fernando en su quimera por crear un imperio comercial que abarcara entre Almería, Marsella, Génova, Roma y Sicilia, y que tuvo que abandonar por la obsesión de su esposa por Portugal y Al-ándalus, se sintió más humilde que nunca expresando sus sentimientos con la Alhambra.

Atauriques del Palacio de Comares
La Reina Isabel intervino:

- Habéis dicho que la Alhambra es sensual. ¿Por qué? Me han dicho que aquello es el cubículo del Diablo, y que las damas se ofrecen a los hombres sin preguntar, sin la aceptación de sus padres u otra familia, sin distinción de clases. ¿Es eso así?

- Todo está dentro de la intimidad, mi Reina. -Gonzalo sabía de lo que hablaba- Y todo está dentro de la normalidad y aceptación. Nadie es forzado. Nadie es obligado. Y, sí: los lugares de la Alhambra invitan a la intimidad. Es un lugar mágico que ensalzan lo natural y lo instintivo.

Gonzalo rememoró imágenes...

Generalife
Palacio de Comares
- Las mujeres se encuentran escondidas detrás de las celosías y de los muros, en lugares concretos... -Gonzalo recordó la mirada de aquella joven que se asomó detrás de una de las columnas del Patio de los Leones, cubierta con su velo, y cuyos ojos negros azabache penetraron en su ser de una forma... distinta.

- Me han contado que aquello es como Sodoma y Gomorra, mi fiel Gonzalo, y eso no lo podemos permitir en Castilla. -su mirada se dirigía, más que a los ojos del Gran Capitán, a su entrepierna, por si los recuerdos de su visita sensual a la Alhambra tenían "respuesta" en el fluir de su sangre.

- Aquellos lugares son sensuales, pero no pecaminosos, Majestad -quiso Don Gonzalo quitar hierro.

- ¿Y qué diferencia hay?

Gonzalo no supo responder.

- Cuando hayamos tomado la plaza y palacio -promulgó la reina Isabel- que sea Fray Rouco Varela el que decida el nivel de degradación y la consagre al catolicismo.

Ambos, Gonzalo y Fernando, se miraron con extrañeza, y una sonrisa cómplice se dibujó en sus caras.

La reina se dio cuenta.

- ¡Quise decir, Fray Tomás de Torquemada! -gritó. Su arrugada cara (nunca fue hermosa, y ahora menos), mostró la peor de sus expresiones.

Un silbido musical sonó, cortando la estampa. La Reina Isabel sacó de su regazo un móvil, y lo manipuló, ante la atenta mirada del rey Fernando y Don Gonzalo.

- Es un whatsapp del Inquisidor Lucero -explicó la reina- que dice que ya ha terminado su trabajo en Jerez, y que se marcha a Córdoba para seguir con su función. Que Dios le tenga presente.

De repente se hizo el silencio en aquel lúgubre lugar. En el exterior el sol inundaba todo, pero allí, en aquella tienda real, con todo cerrado, lo único que brillaba era la luz de esa vela que estaba cerca de una imagen de Nuestra Señora.

- Bueno, -la Reina habló- Don Gonzalo, haced saber a todos que cuando conquistemos Granada y su Alhambra, haremos en ella lo que Fray Tomás de Varela... esto... quiero decir... Fray Tomás de Torquemada quiera hacer por el bien de la comunidad cristiana, así que, si tenemos que destruir torres, castillos, palacetes o cubículos del placer, lo haremos, por Nuestro Señor Jesucristo. Y lo haremos a nuestra manera.

Gonzalo Fernández de Córdoba, cuando oyó la proclama de la Reina Isabel de Castilla, no pudo evitar acordarse de sus "tropelías" en su tierra, en especial de la mutilación de la Mezquita-Aljama, y el desmonte de la noria de la Albolafia, que abastecía los jardines del Alcázar, porque molestaba su ruido.



¡Qué le vamos a hacer! ¡Con la monarquía hemos topao!

Menos mal que siempre nos quedará, entre otras cosas, la Alhambra.

Patio de los Leones



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