domingo, 25 de enero de 2015

Ἕλαδε

El Partenón, el origen de la civilización occidental
Creta trajo el arte y el comercio, en competencia con fenicios y egipcios. La filosofía se expandía y el conocimiento se deseaba. La organización del territorio se convertía en necesidad. En el continente, y en las costas del Egeo, sus habitantes reclamaban derechos a cambio de compromisos con la sociedad. Los sabios analizaban las consecuencias y se deleitaban con sus conclusiones. Los pudientes temían los resultados, y se agarraban a sus premisas religiosas para transmitir miedos e incertidumbres. Ellos siempre se sentían solos. A cambio de seguridad prometían recursos infinitos, pero los libertos no les creían, no se fiaban... querían cambiar el universo, si preciso fuera, aunque el universo fuera tan grande como el pecho de Ulises.

A pesar de los hoplitas, que ocupaban los foros y ágoras, las polis se fueron organizando, admitiendo fratrias y genos a su vera sin ningún compromiso o afección. Pensadores como Platón o Aristóteles, padres de las conclusiones más antiguas de occidente, corroboran las nuevas formas organizativas de los estados y ciudades. Las demos participativas, los plebiscitos vinculantes, la república o gobierno de la ley. Todo nace aquí, en Hellas, en Atenas y Esparta, Olimpia y Corinto. Los romanos seguirán con adoración aquella cultura, su forma organizativa y su arte, y la desarrollarán durante siglos para disfrute-sufrimiento de parte y de mucha de su gente. Fue la base de una nueva forma de organizar su mundo. En Hélade, en Hellas, en Ἕλαδε se formó una forma de ver la vida y de ser parte de ella.

Entonces faltaba mucho para que los bárbaros del norte tomaran las riendas de occidente, aquellos para los que lo más parecido a disfrutar era irse al catre hediendo a cebada fermentada y sentir el calor de la piel de esa rata que no tiene acceso a ninguna cloaca, porque sencillamente no existe (la cloaca). Y después de babear en ese catre hecho de paja, amanecía en una limpia mañana de Berlín, cubierta de nieve sucia, sin ninguna duda, y decidía lo mal y lo menos mal que debían pasarlo aquellos que le enseñaron a ser lo que pudo ser, y sobre todo, a pensar lo que mejor podía ser para todos, en aquel paraíso pegado al Mediterráneo.

Hoy, los babosos bárbaros del norte, tiemblan pensando qué será de ellos cuando todo se cumpla. Hoy, Platón y Aristóteles, sonríen desde el Olimpo, como dioses reconocidos, esperando la respuesta del siempre soberano pueblo de Hélade, que desde Atenas, su más hermosa ciudad, proclama tiempos de cambio a todo el ámbito del Mediterráneo, con la esperanza de un mundo mejor.

Tres mil años después, la ilusión sigue siendo la misma.


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