¡Qué "jartito" estoy del puñetero sufijo "-ista"! ¡Cómo le gusta usarlo al ser humano!
Pero hay un sentimiento, llamémosle "diferenciador", o incluso "de andar por casa", que toca más al círculo que a uno le rodea de forma inmediata, que le marca en su vivir rutinario, que es parte de su paisaje habitual, de su espacio vivido y por vivir y de lo recordable. Y este espacio es su ciudad y su entorno.
Es posible que el auto-ombliguismo del patriachiquismo sea tan dañino al resto de la Humanidad como cualquier otro nacionalismo de sufijo "-ista", pero yo lo veo de una manera más cercana y más intensa. Busco, probablemente una excusa para sentirme orgulloso de vivir en una ciudad como Córdoba, ni tan pedante como otras, ni tan simple como las más. Pero es que así lo siento, y así lo quiero hacer saber. Hay cosas en esta ciudad que le hacen a uno echarla de más, pero hay otras tantas, quizás más, que la hacen sentirse a uno bien de ser parte de ese pequeño universito cercano y echarla de menos cuando uno se va a otras latitudes o longitudes relativamente cercanas.
El patriachiquismo localista es tan amplio y variado que cualquier arroyucho, monte, calle, monumento o paisaje le hace sentirse a uno parte de esa pequeña globalidad que suscita y orgulloso de tal manera que siente la necesidad de hacerlo saber al resto del mundo, como si fuera de obligatoria cumplimentación.
Pues eso, haciendo uso de mi patriachiquismo, y aunque sea denostado por el resto de la universalidad, he de deciros que me siento orgulloso de que en mi ciudad se vean lugares tan hermosos como los patios, lugares donde se experimentan todas las sensaciones que el ser humano es capaz de captar. Y me alegro de que, aunque institucionalizado, sea en mi ciudad.
Cuando entras en un patio cordobés (sí, ya se que se ha turistizado y demás) se nota, en primer lugar, el cambio de temperatura; después te invade el colorido de su decoración; le sigue el olor intenso; la luz; el sonido de fuentes o de abejas revoloteando; se masca la humedad y el sabor a yerbabuena, se nota otra dimensión distinta al trajín habitual de personas y coches, de aparcamientos y prisas. Todo se detiene, aunque sea por unos segundos.
Desde hace siglos, mientras los pudientes adornaban sus casas con amplios jardines, tapices carísimos, cordobanes y guadamecíes, muebles de madera buena y suelos de mármol, los que menos tenían, en sus patios de vecinos, se rodeaban de lo que la Naturaleza les daba, solo a cambio de cariño y de dedicación.
Y de esa dedicación sale lo que hoy podemos disfrutar cada mes de mayo, que nos abren sus casas, y que nos ofrecen el resultado de su trabajo.
Y todo por una admiración que nos surge expontánea y sincera.Porque en el fondo, a todos nos gusta.
Muy emotivo José manuel, y en el fondo son sensaciones que muchos sentímos aunque la "turistización" nos vaya poco a poco hurtando la propiedad de las cosas "patriachiquismas". Pero nada de eso eclipsa lo hermoso y las sensaciones a sentir, incluso sin visitarlos, con una simple fotografía, ya que esas sensaciones están grabadas en el disco duro de nuestras memorias para siempre.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estas, Paco, como bien dices, son parte de ese disco duro que la mayoría de los cordobeses tenemos, quizás mucho más cercano al barrio o la calle de tu casa, pero que al menos todavía podemos ver y rememorar, y sobre todo, lo que más me gusta es esa complicidad con la naturaleza. Edificios simples que sin esa simbiosis con las plantas y las flores serían lugares mustios y olvidados, y probablemente perdidos. Pienso que es de alabar.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Paco.