sábado, 23 de mayo de 2015

Patios de Córdoba, la fiesta que nunca debió dejar de ser

Calle del Trueque, nº 4. Patio fuera de concurso, próximo Museo de los Patios Cordobeses.
Aunque en mi juventud sí, no retengo en mi memoria especiales recuerdos infantiles de nuestras visitas familiares a los patios cordobeses por mayo, quizás porque los patios que más nos importaran entonces fueran los que teníamos para nuestro solaz y uso en la casa de "los muchos" del número 24, de la Calle de Mucho Trigo, de esta mi ciudad.

El patio chico, más cercano a mi casa, era recoleto, diminuto, blanco e inmaculado, salvo en sus bajos, donde la verdina del invierno se agarraba dibujando formas amorfas que avivaban la imaginación de los más pequeños, rasgando las varias capas de cal rebajada que cada año por la temprana primavera los vecinos se organizaban para repasar bien, con Antonio Molina o Lola Flores como sonido ambiente, y el olor a guiso de legumbres que inundaba exteriores e interiores.

Ni una sola maceta se asomaba desde las paredes. Sin embargo, macetones anchos con mantillo húmedo, sí que formaban casi marcialmente en los laterales de los paramentos, ya fuera en los pasillos o en el propio patio. Ficus, helechos, yerbabuena, durillo de la sierra o madreselva trepadora, campaban a sus anchas por nuestros alrededores, sin más necesidad que la tierra y la conveniente humedad.

El patio grande sí que mostraba orgulloso colores con la pared encalada de fondo: el rojo, el amarillo, el morado, el fucsia, el verde de la hoja y el tallo, se recortaban con la luz solar refulgiendo intensamente, y dando fuerza al recinto, que parecía más cercano y acogedor que nunca. Desde los lavaderos hasta el pórtico, y desde las escaleras a la parte de arriba hasta las letrinas, todo era fulgor de luz y colores, aunque sin excesos, con lo justo. Una magnífica plaza donde jugar al toro, sin duda.

Durante muchos años, la fiesta de los patios ha sido la más popular y entrañable de esta ciudad, donde el festivo mayo comienza en abril y finaliza en junio. Independientemente del folklorismo institucionalizado, que en los años 20 del siglo XX promueve y asume el Ayuntamiento, la peculiaridad de esta celebración es que nace desde el pueblo, mucho antes del control estatal, como una especie de competición entre vecinos que acaba en fiesta, compartiendo y entablando relaciones entre personas. Esa es la esencia de la fiesta de los patios cordobeses, la que nunca se debería de perder, la que nunca debió dejar de ser.

1933

Este año, después de cuatro de ellos ausentes de sus recintos por culpa de la injusta turistización (o venta de nuestro patrimonio a la hostelería) de una fiesta tan del pueblo, hemos vuelto a intentar recuperar el disfrute que supone la visita de estos vergeles intramuros que se reparten por el casco viejo de esta milenaria y multicultural ciudad.

Para reducir colapsos innecesarios que mi cerebro no es capaz de relacionar con esta fiesta, hemos decidido evitar los lugares donde las agencias turísticas sueltan a la mayoría de sus clientes, y nos hemos explayado por una zona más alejada, dentro de este enorme casco histórico cordobés, con calles tranquilas e igualmente hermosas, y ambiente sencillo. La barriada de La Magdalena y Regina nos ha ofrecido lo que buscábamos, y allí nos hemos plantado, esperando un feliz reencuentro.

Desde la medieval iglesia de la Magdalena, hemos comenzado la ruta por la calle de Isabel II, donde hemos encontrado dos patios. Debo decir que me ha resultado chocante el tener que retirar tickets (gratuitos) por internet para acceder a los patios, quizás porque se sale de lo que realmente se espera de la relación con la fiesta en sí, pero he de reconocer que la organización ha sido correcta, al menos en esta zona no tan saturada, y los voluntarios han estado a una gran altura humana, con simpatía, ofrecimiento y generosidad. Una vez más, las personas.

En el número 25 de la calle Isabel II, un grupo de japonesas se han deleitado haciéndose fotos en este hermoso patio donde el frescor de sus plantas ha sido imposible meter dentro de la instantánea, por muy digital que ella fuera. A destacar el aroma, la temperatura conseguida y el macetón central con una yuca joven.

Calle Isabel II, 25
Calle abajo (o calle arriba; a saber en esta Córdoba la llana), el "Patio al-Yumn", así llamado por sus dueños, saca los colores almagra de sus marcos de ventanas y puertas a la encalada fachada de dos plantas, y ofrece orgulloso en su interior unos restos cerámicos de épocas pasadas enmarcados en pilastras y arco de medio punto, en una fuente de chorro alegre. En su pórtico se ven unos antiguos capiteles de los que resalta uno de nido de avispa, como los de Madinat al-Zahra.

Calle Isabel II, 1
La calle Isabel II desemboca en el remanso de la Plaza de Regina, un lugar donde el sonido de la fuente y los restos (hoy en restauración) de la iglesia conventual de Regina Coeli, dan al conjunto una peculiaridad poco conocida entre sus ciudadanos. Es un lugar que invita a sentarse y a... escuchar.

Plaza de Regina
Desde aquí a la Plaza de las Tazas solo hay un tiro de piedra, si es que ese tiro de piedra pudiera quebrarse tanto como lo hacen las calles de esta ciudad. Primero a la derecha y después a la izquierda, desde el rincón de la plaza de Regina, y llegas a la de las Tazas, donde un patio de esos que albergan a "los muchos" se autoproclama rey del espacio, un espacio hecho por los vecinos para los vecinos, que han creado un vergel interior con unas plusvalías incalculables.

Plaza de las Tazas, 11
De vuelta a la Plaza de Regina retomamos la ruta por la calle de la Encarnación Agustina y calle del Duque de la Victoria, donde aún se mantiene en parte su palacio (el del duque, digo) hoy casa para nuestros mayores. El patio del número 3 es acogedor y sencillo.

Calle Duque de la Victoria, 3
Siguiendo "pa'bajo" (o pa'rriba, en esta Córdoba la llana) giramos a la izquierda en el cruce, en la calle Gutiérrez de los Ríos, o sea, la calle Almonas, de toda la vida... la de Venancio. Pues eso, que en el número 33 está uno de los patios más recoletos de la ruta. Mantiene una piscina en la parte alta y un patinillo de estancia en la baja, todo muy bien adornado y con una variedad importante de plantas. Puertas de madera y macetones bien cuidados. Poco faltó al dueño para ofrecerse a darnos una tirita para el pie de mi hija, que adolecía de falta de protección contra su zapatilla. Ello nos dio la perfecta excusa para entablar esa conversación que nunca debe quedar atrás en esta fiesta tan peculiar. Mi agradecimiento por lo uno, y por lo otro.
Calle Gutiérrez de los Ríos, 33
De vuelta por la calle Almonas, giramos a la izquierda por la de Fernán Pérez de Oliva, donde aún se mantiene, y si Don Rafael Gómez "Sandokán" (enigmático empresario de la construcción, y aún así, o por eso, concejal de este Excelentísimo Ayuntamiento de esta, la nuestra, hasta hoy, 23/05/15) quiere que siga manteniéndose (pues parece ser que lo compró en su día, cuando fardaba de pasta) el Cine de Verano del Coliseo de San Andrés, un antiguo edificio de los años 30, donde mis padres veían películas de las de su época, y hacían planes de futuro.

Cine de Verano Coliseo San Andrés
Al final de la calle de los Villalones asoman sobre los tejados los dos "ojos" de los arcos que forman el ajimez del mirador del Palacio de los Orive, primorosa obra renacentista de la familia de arquitectos de los Hernán Ruíz, "primo-hermano" del salmantino Palacio de Monterrey, aunque con dimensiones muy distintas.

Calle de los Villalones, con el Palacio de Orive al fondo.
Bien merece la pena echar un vistazo a su elegante fachada antes de entrar en su patio, fuera del concurso, pero preparado para poder descansar adecuadamente después de unas horas de "andurreo" por la ciudad.

Fachada principal del Palacio de los Orive (siglo XVI)
Patio de descanso del Palacio Orive, aún vacío.
Dejando atrás el Palacio de los Orive, saltamos a la calle de San Pablo, la antigua Vía Augusta que nos conectaba con Roma, y quebrando a la izquierda primero y a la derecha después, nos encontramos con la pared del convento de Santa Marta, ese gran desconocido por la mayoría de cordobeses, debido a que sus inquilinas son de clausura, y solo lo abren de vez en vez.

Pared encalada del convento de Santa Marta
Hoy hemos tenido suerte, y lo han abierto, no sé si para aportar algo a la fiesta con su recoleto claustro, o simplemente así me lo quiero creer yo. El caso es que hemos aprovechado para deleitarnos con otra hermosa fachada renacentista, también de los Hernán Ruíz, y respirar el aroma de los naranjos del patio.

Patio del convento de Santa Marta y portada de la iglesia, del siglo XVI.
La tranquilidad y el sosiego de la mañana primaveral solo es roto por el sonido de nuestros pasos sobre el pavimento de bolo cordobés, y los pistones quemando gasolina del buga de ese vecino que aún le tienen permitido llegar hasta su casa. Bueno sí: también el del retumbar de la voz del voluntario del patio del número 4 de la calle Conde de Arenales, que con el máximo de simpatía, y al mismo tiempo de rigor, hace saber al turisteo de turno que el patio no es lo suficientemente grande para todos, y que para disfrutarlo hay que hacer una pequeña parada. Su trabajo nos permite ver convenientemente el patio, pues de otro modo no habría sido posible.

El azulejo bien cuidado, y la combinación entre verdes y diferentes tonos rosados son de un acierto total. Un patio pequeñito, pero al mismo tiempo con grandes cualidades. Me ha gustado mucho.

Calle Conde de Arenales, 4.
Volviendo sobre nuestros pasos, nos adentramos en otra de esas discretas calles que pocos turistas recorren salvo en estas fechas, y que nos dan alegrías a la vista, a los aromas, e incluso a los sonidos, quizás más por la falta de estos últimos.

Sin saberlo de antemano, nos hemos encontrado que el patio ganador de este año ha sido este que hemos encontrado en la calle de Pedro Fernández, y donde hemos visto a su dueña, pletórica de alegría por su trabajo, organizando al personal que se empezaba a atascar en la puerta, creando un recorrido interno para un mejor funcionamiento del orden de entrada y salida.

Calle Pedro Fernández, nº 6. Entrada a la casa del patio.

Ha sido, posiblemente, el patio que peor hemos podido disfrutar, pues es entendible que estuviera más colapsado de turistas y paisanos. A destacar en él su variedad floral, y su enorme trabajo, que abarca unos cuantos de años. Merecido, sin duda, un premio a la lealtad con esta ciudad.

Calle Pedro Fernández, nº 6. Primer premio año 2015.
Al salir de este hermoso patio, a la derecha, bajando (o quizás subiendo, en esta llana ciudad), se encuentra uno con una de esas calles que agradece no esté en los circuitos de turistas que todo lo invaden, y todo lo globalizan. De la calle Cidros no destaca su histórico caserío, pues muy posiblemente no queden ya casas de siglos pasados, con portadas "nobles" con leyendas aterradoras, ni famosos vecinos en las artes o en las guerras, que la destaquen entre las demás. Su subsuelo posiblemente mantendrá grandes historias por descubrir, pero pasarán decenas de años hasta saber. Mas al pasar por ella, la luz, el color, el aroma, y la discreción, la hacen especial. En esa discreción está su mayor valor.

Calle Cidros
Una vez desembocados en el Realejo, llamado así por ser el lugar donde el rey castellano Fernando III "Cortacabezas" (santo, según la Iglesia Católica) colocó su campamento en el sitio a la ciudad en 1236, aún ya estando dentro de ella, nos desviamos por la primigenia Vía Augusta (después esta la cambiaron por la actual Santa María de Gracia), metiéndonos por la calle Abéjar, y dos calles más para adelante, a la izquierda, la calle Pedro Verdugo guarda en su número 8 un patio muy recoleto, discreto y coqueto. Un mini-patio muy peculiar. Espero que hayan recogido su correspondiente subvención, diploma y demás, pues de todo habrá de haber en "las viñas del Señor". ¡Ánimo!

Calle Pedro Verdugo, nº 8.
En la Plaza del Manzano nos abraza el sol de la una. Ese que en Córdoba se vuelve ardoroso. Camino del último patio en concurso de la ruta elegida, una callejuela sin nombre te lleva hasta el portón de una hermandad de Semana Santa, casi sin remedio.

Calleja entre Plaza del Manzano y Calle Escañuela
En la calle de la Escañuela, donde hace siglos se hacinaban los pobres del barrio de San Lorenzo; donde se abría en la muralla un portillo que servía para extraperlar artículos necesarios sin necesidad de pasar por las aduanas de las puertas medievales; por donde se escapaban los arroyos de San Lorenzo y de San Andrés arrastrando tras de sí inmundicias y ratas,... Allí, en ese espacio, se encuentra un lugar que, ora es cruz de mayo, ora es patio, y siempre es lugar de encuentro de personas que sienten la necesidad de ser solidarios con la injusticia social que el mundo lleva a cabo en la población saharaui, bajo el auspicio de leyes internacionales incomprensibles que provocan el sufrimiento de los más débiles.

Allí tiene su sede la Asociación de Amigos de los Niños Saharauis, que promueve la relación de esos niños con familias de España.

Su patio (y su cruz de mayo) la recuerdo desde hace muchos años, y ahí siguen, aportando con ilusión su solidaridad con los más desfavorecidos, y a la ciudad su estética. Han pasado los años, y sus integrantes ya peinan canas, sus barrigas se han hecho bajas, usan gafas y las arrugas roturan sus caras, pero su ilusión es exactamente la misma. El último patio de nuestra ruta tiene, afortunadamente, un sentimiento humano que lo convierte en el mejor de ellos.

Calle Escañuela, 3. Asociación Amigos de los Niños Saharauis.
A tiro de piedra de la puerta de este patio, la mole de la iglesia de San Lorenzo, posiblemente la iglesia medieval de más valor arquitectónico de Córdoba, alza su torreón renacentista sobre el primer cuerpo del alminar de la mezquita de al-Mugira, y su torreón culmina la obra gótico-renacentista de la época.

Iglesia de San Lorenzo desde la calle Escañuela
Por la calle de María Auxiliadora los coches tienen más prioridad, y las aceras son más un refugio que un lugar de paso. A la izquierda, dirección al Alpargate, en la calle del Trueque, se abre la puerta de la casa número 4 (el patio de Carmela), un patio que durante muchos años fue parte del concurso pero que la muerte de sus dueños ha hecho que el Ayuntamiento se haga cargo del edificio, lo haya restaurado y lo prepare para ser sede del Museo de Interpretación de los Patios Cordobeses, algo que no me parece mal, si no cae en el folklorismo fácil, y resalta los valores de relaciones personales que implica la fiesta desde su inicio. Estaremos atentos.

Calle del Trueque, nº 4
La hora de "los molletes" ha llegado, y no hay bicho viviente que no tenga "gazuza" y al que el estómago no le haga "chiribiquis", así que, no lejos de aquí, afortunadamente, encontramos un lugar histórico en el que te dan bien de comer, a un precio... en fin,... a un precio. Y un rápido servicio.

Taberna de la Sociedad de Plateros
Berenjenas, calamares, chanquetes, bacalao, boquerones,...

La Plaza del Alpargate, no lejos de allí, enseña su fuente recién restaurada como parte de lo que fuera la Puerta de Plasencia.

Plaza del Alpargate, con su fuente barroca y la iglesia de los Padres de Gracia (Rescatado)
La fiesta de los Patios de Córdoba ha tenido durante muchos años esa propia identidad que la ha diferenciado del resto de celebraciones que nos rodean: semanas santas grandilocuentes, ferias de casetas cerradas al público general, mascletás que no se soportan ni ellas mismas, sanfermines con calles llenas de vómitos y tetas color rioja... Si vamos a convertir nuestra fiesta popular en algo turistizado de tal forma que no la pueda disfrutar el pueblo que la creó, yo no participo.

Quiero que la fiesta de los Patios de Córdoba vuelva a ser la fiesta que nunca debió dejar de ser.

Supongo que ya es demasiado tarde.

Supongo que lo que yo quiera a nadie le importará ya.

Supongo que todo está perdido.

Feliz Flamenquín.

Detalle patio calle Pedro Fernández, nº 6. Ganador concurso 2015